Me encuentro en casa de mis cuñados el segundo cómic de Tintín, que Hergé publicó en 1930. Aunque nunca me gustó (prefería a Asterix), tengo que reconocer que es en Tintín donde la llamada ligne claire alcanza sus resultados más hermosos. Me temo que al leer este volumen, el rubito del mechón me va a gustar aún menos. Independientemente de su valor estético, "Tintín en el Congo" es una mierda colonialista y paternalista. Los negritos son caracterizados como imbéciles que aplauden y veneran cualquier tontada que hace Tintín. Siempre se dice que hay que poner las obras en el contexto de su tiempo; pero ese cómic ya era malo en 1930. Ya se sabe que no hay conquista ni saqueo ni esclavización que no requiera de una justificación moral o estética, en forma de racismo científico o en forma de cómics para niños. Tintín se pasea por el Congo, mata a cualquier animal que le apetece, y descubre, sin querer, una trama mafiosa, que no viene a cuento. Leo que, a pesar de todo, el volumen es muy popular en la actual República del Congo.
Sigamos con África. El hombre ha creado muchos infiernos para los otros hombres sobre la faz de la tierra. Pero quizá uno de los más brutales y abyectos fue la explotación del Congo belga y de sus habitantes por el rey Leopoldo II. Algunos lo llaman el "Holocausto olvidado". En la conferencia de Berlín de 1885, los representantes de las fieras grandes, le dejaron los restos del cadáver africano a las alimañas pequeñas. Y Leopoldo Luis Felipe María Víctor de Sajonia-Coburgo-Gotha, un hijo puta como otro cualquiera, se apoderó de un inmenso territorio, llenito de las riquezas que el capitalismo de finales del XIX y principios del XX anhelaba. Mediante un ejército de mercenarios como Morgan Stanley y muchos colaboradores locales, se llevó a cabo un codicioso saqueo basado en la explotación de los nativos, cuya vida valía menos que el machete que los mutilaba si no entregaban la cuota de caucho. Fueron las tinieblas a las que viajó Conrad o contaron otros, como Vargas Llosa o mi admirado Atxaga. No se sabe bien cuántos murieron, quizá 10 millones de personas, para hacer a Leopoldo asquerosamente rico.
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