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Oscuridades del ajedrez.

El ajedrez tiene buena imagen social. Generalmente, se lo asocia a la inteligencia, a las clases acomodadas, a cierta sofisticación intelectual o artística. A cualquier padre le parece bien que sus hijos tengan ajedrez como actividad extraescolar (además, es de las más baratas). Todo aquello del valor propedéutico, de que favorece la memoria geométrica, la toma de decisiones, la responsabilidad sobre los propios actos, es cierto. Pero también es cierto que se puede convertir en una pasión arrebatadora que consume vidas. Se dice que "life is not long enough for it, but that is the fault of life, not chess.” Con más intuición que técnica, cualquier guionista mediocre que quiera hacer una historia de esas que tocan la mente, las pasiones y los asesinos en serie, tiene la estúpida idea de colocarla en alguna especie de campeonato mundial de ajedrez. 

Aquellos de nosotros para los que el ajedrez es algo más que un hobby sabemos que el asunto no es tan brillante, ni tan sofisticado; pero sí que es cierto que es un océano en el que se puede nadar y uno se puede ahogar. El ajedrez es muchas cosas distintas: la competición y los profesionales que se dedican a ella, todas las maneras de vivir esta pasión: los estudiosos de las aperturas, los compositores de problemas, los negros que juegan partidas rápidas por dinero en Washington Square, los que vagabundean de torneo a torneo viajando en autobuses nocturnos. El ajedrez tiene su cultura propia y es una parte importante de la cutura occidental. También tiene su propia historia, la historia de sus campeones, de los niños prodigio y de las carreras truncadas, de los pastores de los Andes, que sin saber leer, vencían a los profesionales, y de los funcionarios comunistas que amañaban las partidas por orden del Comité central. Es la manida frase de Paul Éluard: “Il y a un autre monde mais il est dans celui-ci.”. El ajedrez es uno de esos mundos que están en este. Preparando reseñas para el programa de radio "Negras o blancas", separé tres obras que muestran ese mundo y algunas de esas oscuridades.

La primera fue una novela-película que nos sugirió una oyente y nos la envío otro. Se trata de la autobiografía de John Healy. Healy fue un boxeador irlandés al que los problemas con el alcohol le dejaron sin casa y acabaron metiéndole en la cárcel. Allí descubrió que tenía cierta capacidad para el juego. Cambió un vicio por otro y se dedicó al ajedrez, en el que llegó a destacar a cierto nivel. Todo ello, lo contó él mismo en "The Grass Arena". La celebridad que alcanzó el libro lo llevó al cine. La película del mismo nombre se estrenó en 1991 y logró bastante aceptación y algunos premios. Posteriormente, en 2011, harían un documental sobre Healy titulado "The barbaric genious". El tipo siguió siendo lo que era, un irlandés borracho y violento; pero jugaba medio bien al ajedrez, que es algo más violento de lo que parece.

La segunda fue la éxitosa "Queen gambit", la serie estrella de Netflix. La hicieron muy bien y tuvieron mucho éxito. Y ese éxito, en los años de la pandemia se reflejó en un incremento del interés por el ajedrez. Vi la serie en la versión original y luego en la versión traducida al castellano de España. Si supiera el nombre y la dirección del traductor al castellano iría a su casa a pegarle. Si para rodar la serie, Netflix hizo el esfuerzo de contratar a algunos consejeros ajedrecistas ¿tanto le hubiera costado al traductor pedirle a un ajedrecista español que le revisara algunos términos? Aunque quizá la tradujo un robot, es lo que tienen las multinacionales del siglo XXI. Pero aparte de esto, todo lo demás está bien. La Taylor-Joy llena la pantalla, las escenas ajedrecísticas están aceptablemente bien hechas y lo que sugiere la historia (el alcoholismo, la drogadicción, los arquetipos sobre la femeneidad, la tensión de la alta competición) tiene interés. También leí la novela homónima en la que se basa la serie. Se conoce que el autor, Walter Tevis, sentía cierta atracción hacia esos mundos en los que cada uno ha de luchar con todo su ser y toda su intelegencia en un recinto cerrado. También escribió los relatos que dieron lugar a "El buscavidas" y  "El color del dinero". 


La tercera fue "La diagonal Alekhine", una novela negra de Arthur Larrue basada en la vida (y en la muerte) del Campeón Mundial Alexander Alekhine. Alekhine fue un gran ajedrecista y un grandísimo hijo de puta. Y por eso la novela es muy interesante. Hace muchos años, después de visitar su tumba, escribí: "Nunca fue feliz. Huyó de su país, donde luego se le consideró un héroe, un precursor. A pesar de que recuperó en Francia el estatus social que por nacimiento le hubiera correspondido en Rusia, siempre fue un exiliado. Dipsomaníaco y egoísta, elegante y reservado, de otro mundo. Como tantos otros colaboracionistas, siguió su exilio en la famélica España franquista, en el Portugal de Salazar. Solo tuvo una patria: el tablero y su ambición de artista. El primer libro de ajedrez que tuve fue una colección de sus partidas. Dedicó cada día de su vida a la creación de hermosura, a la lógica implacable de nuestro juego y Caissa lo coronó dos veces. Así que era inevitable que me acercara a Montparnasse, donde, por fin, descansa el desdichado."


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