Tomo el título de la hermosa canción de Lertxundi sobre la más occidental de las provincias vascas, que hemos visitado durante las vacaciones de Pascua. Aprovecharé para reseñar cosas que he leído y he visto sobre el País Vasco.
En el viaje, observé a menudo el contraste humano y cultural que alberga Vizcaya. Una cuestión de altitud, por así decirlo. Abajo, en los estrechos valles fluviales, los pueblos superpoblados que han ido recibiendo durante ciento cincuenta años a miles de emigrantes, que venían a saciar su hambre. Y las fábricas que les dieron trabajo a ellos y riquezas enormes a la burguesía local. Arriba, semiescondidos entre los bosques de las colinas, los caseríos donde habitan los campesinos autóctonos, con su lengua, sus costumbres austeras, su ganado y sus desconfianzas. Ya advertimos aquí esta brecha geográfica en Guipúzcoa. La vi también en Vizcaya, concretamente en la comarca de Uribe, donde hemos pasado unos días soleados y tranquilos. También en la Basílica de Begoña, con Bilbao abajo. Arriba (Gora), lo sublime, lo sagrado, lo puro. Abajo (Behean) lo impuro, lo extranjero. Los menditzaleak (montañeros) cantan siempre Gora, gora! en sus excursiones hacia la esencia del país. Es "El bosque originario", que describió un renegado, Juaristi. En dos de las carlistadas, el control de la Basílica que lo domina fue clave para que el Bilbao liberal no fuera tomado por los carlistas. El célebre Zumalacárregui fue herido de muerte en sus cercanías en 1835. La Andra Mari y el héroe nacional quedaban así, unidos, para siempre. Los ingenieros vascos que se vinieron con Ramón de la Sota a hacer el Puerto de Sagunto, se construyeron una réplica en pequeño de la Basílica, un frontón y un equipo de fútbol con colores blanquirrojos. Eran los jefes.
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Pero España-Castilla no llegó a perfeccionar su quinquenio para ser un Estado-nación completo. Y era cuestión de tiempo que alguien esnifara el aciago polvito del romanticismo étnico para darse cuenta de que las gentes de los caseríos eran un poco distintas de los ateos malvestidos que trabajan en nuestras fábricas y en nuestras minas. Ese alguien fueron los carlistas Sabino y Luis Arana, resentidos por la derrota de la tercera guerra carlista, y el exilio de su padre. Andamos por Abando, el barrio en el que nació Sabino. Tuvo su epifanía "nacional" en 1882. Estos días han celebrado el Aberri Eguna que recuerda la "resurrección nacional". Sabino descubrió que no se podía ser vizcaíno y español a un tiempo. Enhorabuena, muchacho. Se tomó lo de la limpieza de sangre al pie de la letra, reinterpretó las guerras carlistas como una resistencia étnico-nacional de los vasco-navarros y se busco una campesina monolingüe para casarse. Se acusa al rancio Sabino de ser un rancio. Sus herederos lo defienden diciendo que en aquella época todos lo eran. Supongo que cada uno es esclavo de la ranciedad de su tiempo, por ejemplo, mi paisano Pedro Laín Entralgo, el del párrafo anterior, que también era bastante carca. Pero uno sigue siendo un fascista o un racista aunque esté rodeado de fascistas y de racistas.
Sabino se puso a aprender la lengua de los de los caseríos, escribió gramáticas y libros de historia muy creativos. Inició un movimiento político que ha cambiado la historia contemporánea de los vascos y de los españoles: el nacionalismo vasco. Ese movimiento ha tenido un éxito abrumador en las tres provincias vascas (un día comimos un menú digno y caro en el Batzoki de Gorliz). Menos en la Navarra sur y ninguno en el País Vasco francés. Pero dejo para la siguiente entrada algunas ideas sobre eso.
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