Mi compañero Pablo B. me comentó que la peli transcurría, en parte, en la República Dominicana, así que tenía que verla. No solo eso, me dijo que estaba bastante bien y coincido con su opinión. La última peli de Fincher es extrañamente buena. Digo extrañamente porque todo es previsible en ella. Los viejos temas de la venganza, del asesino todopoderoso, del "no es nada personal" han sido usados muchas veces. Y sin embargo, la peli engancha desde el principio. E incluso uno acaba sintiendo cierta empatía con el protagonista, un eficiente y creíble Fassbender, que anda repartiendo muerte por varios países.
La referencia del género es, por supuesto, "El día del chacal", la novela de Frederick Forsyth que leí hace muchas adolescencias. De las adaptaciones cinematográficas, solo recuerdo la de Caton-Jones protagonizada por Bruce Willis y Richard Gere. No me podía creer al bueno de Willis en el papel del asesino a sueldo, eficaz e implacable. Para mí, Willis siempre será el último boy scout. En la trama, de manera algo forzada, metían también al IRA (Richard Gere) y a ETA (Mathilda May). Hoy en día, un juez español súper independiente, intentaría también meter a Puigdemont.
Me pregunto por qué atrae tanto el arquetipo del asesino profesional. Supongo que imaginar ese poder absoluto sobre la vida de otros (por ejemplo, a través de una mira telescópica) nos hace sentir dioses. La ficción suele presentar a esos asesinos como tipos anónimos pero elegantes, de vida ascética, solitarios y tranquilos, de hotel a hotel, de encargo a encargo. E incluso los dota de cierta ética profesional. Me viene a la memoria, precisamente el personaje interpretado por Richard Gere en "La sombra de la traición" -"The double (2011)"- Me impresionó la facilidad con la que el guapetón se cargaba a sus enemigos con un afilado cable que llevaba oculto en el reloj. Y sin mancharse de sangre la bonita camisa. Los asesinos de la vida real deben ser mucho menos presentables que el Fassbender y el Gere. Seguro que no hacen yoga ni duermen bien por las noches.
Por lo que se refiere a las escenas dominicanas, me produjeron una melancolía suave e inesperada, ya que acabo de volver de allí. Sale el aeropuerto de Las Américas de Santo Domingo, varias vistas de la hermosa ciudad colonial y sobre todo, paisajes del interior de la isla, donde el protagonista se ha construido un retiro de ensueño, con sus palmeras, sus bananos, su césped brillante y su dominicana sonriente, como hacen los jubilados franceses o españoles. Como decía, todo previsible, y sin embargo, extrañamente amable.
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