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La mujer que no entendía el mundo.

Todo indica que la extrema derecha logrará muchos asientos en las próximas elecciones europeas. Las derechas tradicionales tendrán que dejar de ignorar a la serpiente que hay encima de la mesa. Los alemanes saben que la historia rima, se acuerdan de Von Papen y de Schleicher y son más prudentes. Pero aquí, en nuestra pequeña aldea, los madrileños piensan que se puede poner una vela a  Steve Bannon y otra a Marcial Mariel sin que pase nada. Error: los que realmente mandan, los cambiarán por otros guardianes más despiadados sin la más mínima duda. Y los nuevos guardas harán lo que sea necesario. Ya lo hicieron en el pasado y lo repetirán en la distopía que nos espera.

Durante 60 años y gracias a la amenaza de los tanques rusos y la mantequilla yanqui, Europa vivió un largo consenso: la socialdemocracia no ponía en duda la economía de mercado y la democracia cristiana no podía en duda los impuestos y el estado benefactor. Pero el mundo siguió creciendo (al fin y al cabo, es un globo que se está hinchando). Llegaron los productos chinos, los call centers argentinos, los programadores hindús y millones de hispanos, de moros y de negros con hambre y sed. Y muchos estadounidenses blancos y muchos europeos se sintieron engañados. Cuando eres el penúltimo, siempre es más fácil echarle la culpa de tus desgracias al último de la cola del ambulatorio que a tu padre, el borracho del pueblo.

Quizá la principal característica de la extrema derecha 4.0 (o del fascismo de toda la vida) es la necesidad de acabar con el diferente y el débil. Las gentes de bien desconfían del distinto; pero saben que se le puede explotar, alquilar un piso patera o venderle sangría mala. A los socialistos tampoco les gustan los raritos; pero saben que se se puede conseguir su voto con la publicidad adecuada. Los fachas de verdad sólo tienen un plan para los que no son (no somos) como ellos. O se les transforma o se les expulsa o se les elimina (según las circunstancias del frente). Con el Zyclon B, con las redes sociales o con los periódicos cloaqueros.

Por ello,  ahora suscitan tanto interés los distintos, las diferentes, los raritos, los débiles de aquella oscura Europa que puede volver. Decíamos aquí, hace un tiempo que no había ajedrecista que hubiera tenido una vida más novelística y novelable que el judío-ruso-polaco-francés Tartakower. Obviamente, nos equivocábamos. De hecho, en el tocho sobre aquel maestro, aparecía, como personaje secundario, otra jugadora de ajedrez, la alemana Sonja Graf. Y su vida fue todavía más interesante y dramática. Por recomendación de un compañero de club, nos hicimos con esta excelente novela breve del escritor, guionista y columnista David Torres. Participó en el gran programa "Al filo de lo imposible". A raíz de la novela, hemos descubierto su interesante blog 

Sonja Graf-Stevenson (nacida Susana Graf en 1908) se escapó de las garras de sus padres en cuanto pudo. Malvivió entre las callejas y los cafés de Múnich de su extraño talento para el ajedrez. Durante muchos años, fue considerada la segunda mejor jugadora del mundo, a la sombra de Vera Menchik. Fumaba, vestía y pegaba puñetazos como un hombre. Jugaba mejor al ajedrez que la mayoría de los hombres. Y bebía como varios hombres. Por supuesto, con ese currículo, no les gustaba a los nazis que, pasito a pasito, se iban haciendo con Baviera y con Alemania. Los nazis tampoco le gustaban a ella. En 1939, en Buenos Aires, jugó una especie de Campeonato Mundial Femenino, que se desarrolló en paralelo a la famosa Olimpiada. Allí, con negras, tuvo la partida ganada durante muchas jugadas contra la Menchik:  

Pero en la posición que se muestra no vio la decisiva 61...g5! que gana y jugó en su lugar la ingenua 61...Af5?! sin advertir que a2 es incomible. Después de 62 hxg6, las blancas igualan y la postre, se llevaron el punto y el Campeonato.   

Como tantos otros ajedrecistas, Sonja se quedó en Buenos Aires en 1939. Hizo exhibiciones de partidas simultáneas, escandalizó todo lo que pudo y escribió un par de libros biográficos en el castellano que empezaba a aprender. Se conoce que a los españoles y a los latinoamericanos siempre nos han llamado la atención las norteñas valientes y raras. La Graf, finalmente, sentó la cabeza, se casó con el marinero Stevenson y se mudó a los Estados Unidos. Jugó contra Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Le reventó el hígado a los 56 años. En las bases de datos quedan sus partidas y quizá en algún bar de Nueva York, sus deudas.

Con un material tan bueno, Torres ha escrito un retrato magnífico. Usando una larga conversación-entrevista entre la Graf y una especie de admiradora-periodista-espía recorre la vida de la ajedrecista, que es la vida de muchos exiliados, de la Europa de los años 30, por diferentes, por raritos. Novela recomendable para ajedrecistas, para no ajedrecistas y para humanos en general.

 






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