Como ajedrecista, Tartakower nunca llegó al nivel de Capablanca o Alekhine; pero se mantuvo durante 30 años entre los mejores del mundo. Fue uno de los protagonistas de la llamada revolución hipermoderna, que abrió nuevos universos a la teoría de aperturas, al cambiar la naturaleza de la lucha por el centro del tablero. Fue el autor de numerosos aforismos relativos a la práctica del juego, muchos de los cuales han pasado a formar parte de la cultura popular de los ajedrecistas. Algunos de ellos, denotan una personalidad ingeniosa y creativa.
Luis Herraiz, médico de profesión y hermano del Gran Maestro Herminio Herraiz ha llevado a este novelón la vida de Tartakower. Digo novelón porque son más de 700 páginas. Supongo que, originalmente, estaban pensadas para ser una trilogía según la santa trinidad de los ajedrecistas: Apertura-Medio juego-Final. Todos nos preguntamos en qué momento de la partida que es la vida nos encontramos. La novela de Herraiz acabó siendo un solo volumen organizado según multitud de escenas y situaciones en diversas fechas y lugares de la vida del protagonista. (Rostov del Don, 1896, Viena,1906, Jurata en Polonia, 1937, París,1956) y sobre todo, Buenos Aires, 1939. Aquel campeonato de naciones (Olimpiada) que se celebró en la capital argentina, y que citamos hace poco aquí funciona como como eje principal de la novela.
Los participantes europeos habían viajado en barco a Buenos Aires. Jugaron cuando ya sonaban las trompetas de la guerra. Y en la tranquila y lejana Argentina, les sorprendió el ataque alemán a Polonia. Casi 40 jugadores europeos, muchos de ellos de origen judío, decidieron quedarse. La vieja Europa que decíamos en el primer párrafo, desapareciendo, disolviéndose como el humo de las chimeneas de los campos de exterminio, como la niebla en el Atlántico.
El autor ha llevado a cabo un profundo trabajo de investigación y cuenta cosas que la mayor parte de los aficionados a la historia del ajedrez desconocerán. Se toma algunas licencias literarias para hacer más interesante la biografía del maestro que están bien traídas. No se sorprendan cuando se encuentren a Lenin o a un estrafalario pintor de acuarelas jugando al ajedrez en la casa de unos ricos judíos vieneses. Particularmente, la novela resultará interesante a cualquier ajedrecista porque lo relativo al juego está bien tratado. Los jugadores reconocerán las emociones del jovencito Tartakower cuando empieza a codearse con los grandes ajedrecistas austríacos de principios del XX, singularmente Maroczy, o en sus viajes a los grandes torneos celebrados en el Imperio alemán o en Londres, o sus recuerdos y anotaciones de la competición por equipos de 1939 donde Tartakower ejercía de capitán y de primer tablero de Polonia. Bobby Fischer clasificaba a las personas entre ajedrecistas y no ajedrecistas. A los de la segunda mitad, quizá se le atraganten estas partes.
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