Como tantos otros, yo estaba convencido de que todos los buenos guionistas norteamericanos se habían ido a las series y que no quedaba ninguno haciendo historias para las pelis. De ahí, el lamentable nivel de los argumentos que nos llegan desde el centro del Imperio. Sin embargo, el otro día descubrí que no toda la imaginación estaba en las series, algo se ha ido a las películas de dibujos animados.Me saqué del vídeo club Wall-e, una de las últimas producciones de Disney & Pixar. Me senté a ver cómo presumían de lo que son capaces de hacer con el ordenador. Pero cuando empieza de verdad la historia, en la soledad de mi casa, sentí que estaba delante de una obra maestra, de un clásico. Al menos durante los primeros 40 minutos. Me emocioné. Trata de un robot recogedor de basura, en una Tierra cubierta de deshechos, en la que ya no viven seres humanos. El pequeño Wall-e sigue una rutina diaria (usa energía solar) y siguiendo su programación, empaqueta incansable y eternamente, pequeños montoncitos de basura, que llegan a formar estructuras visibles desde el aire. Por las noches, descansa y se protege de las tormentas del desierto, en un pequeño contenedor, rodeado de cochambrosos recuerdos de la civilización humana que lo creó y que, con su cegera, se destruyó a sí misma. Melancolía, referencias cruzadas, la magia del cine, la soledad extrema, la catástrofe medioambiental, me pareció sobrecogedor. No pude evitar verlo varias veces. Y no pude evitar pensar que nos dirigimos a toda velocidad hacia eso.Luego, la peli sigue por caminos más previsibles: aparece una robota, sofisticada y mágica, de la que Wall-e se enamora. Ha sido enviada desde la nave en la que los humanos esperan para poder regresar a su hogar. Por supuesto, hay robots payasos, robots malos, americanos obesos, aventura clasica modelo "me cuelo en la estrella de la muerte" y final feliz. El concepto de la nave-isla que vaga por el espacio, como último refugio de la raza humana, ha sido muy usado en la ciencia-ficción. Quizá por tratarse de dibujos animados para niños, me vino a la memoria una vieja serie española de cómics con la misma idea motriz: los náufragos del espacio, los herederos, los últimos. La serie, inclasificable y profundamente kisch, me gustaba mucho cuando era un crío y cambiaba tebeos en el mercadillo era "La saga de los Aznar".
El otro día, la pequeña Bimba se cagó en la sala 55A del Museo del Prado. Como soy un buen ciudadano, lo limpié rápidamente. No vaya a ser que algún señor pisara la cosa visitando "El triunfo de la muerte", de Pieter Brueghel "el viejo", una de las obras más impresionantes de la colección. Recuerdo la primera vez que vi "El triunfo de la muerte" y sus predecesoras: "El jardín de las delicias" y "Las tentaciones de San Antonio", de Jheronimus van Aken, "el Bosco", que están en la sala de al lado. En la enciclopedia Larousse de casa. Pensé que había un error. Creí, en una primera mirada alucinada y confusa, que, en realidad, aquellas fantasías flamencas no eran trípticos (óleo sobre madera) de finales del siglo XV y mitad del XVI, sino obras contemporáneas. Pensé que aquellas extrañas imágenes de muñequitos, cadáveres y pavos reales eran la broma de un asesino en serie que le quería mostrar a los detectives del FBI todo lo que e...
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