Me saqué del videoclub este estreno. Y vi una peli entretenida, divertida, ruidosa y vacía. El personaje de Hellboy tiene muchas menos dualidades y sombras que en la primera película y es por tanto, menos interesante. Se dedica a dar bofetadas y a salvar al mundo. Es decir, poca cosa. Por otro lado, nos hemos acostumbrado tanto a los efectos especiales que imágenes que hace una docena de años nos hubieran parecido milagros dignos de muchos rebobinados, pasan desapercididas y se olvidan inmediatamente. O peor, huelen a refritos. El "mercado de los trolls" apesta a Guerra de las Galaxias. Nada nuevo bajo los soles de Tatooine. Quizá lo más llamativo de esta secuela ha sido que Del Toro se ha explayado metiendo su imaginario personal y podemos ver a criaturas del submundo que miran con sus manos y cogen la energía del bosque, etc, etc. Es decir, lo que ya hizo en la interesantísima "El laberinto del Fauno"; pero con más presupuesto y menos misterio.
Un aspecto que necesariamente me tenía que llamar la atención es el hecho de que los elfos (o como se llamen) tienen el gaélico como lengua. No sé lo suficiente para distinguir exactamente de cuál de las lenguas celtas se trataba; pero supongo que era el gaélico de Irlanda, puesto que la aventura acaba en el norte de la Isla Esmeralda. Las viejas lenguas celtas, como el euskera, se conservan desde la antiguedad gracias a la fidelidad de un pequeño número de hablantes, que forman islas lingüísticas rodeadas de idiomas poderosos y mayoritarios. Con el Romanticismo del XIX y con la ayuda de historiadores metidos a poetas y de poetas metidos a historiadores, aquellas lenguas se convirtieron en un símbolo y en un puente hacia ese mundo anterior, primigenio, puro, de los bosques y las montañas. Hoy en día siguen siendo símbolos políticos de diversos nacionalismos irredentos, cuyos ideólogos, recuerdan a veces a los elfos.
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