Estas últimas semanas me he entretenido con la "Historia de la Revolución Rusa" (2 tomos) de Trotsky. Y no ha sido una lectura rápida o fácil. Aunque había leído otras cosas sobre 1917 (lo que mejor recuerdo es los "Diez días..." del norteamericano Reed), el relato de Trotsky sobrecoge e impresiona. Por supuesto, lo que subyace es la cuestión de cómo un partido minoritario y perseguido fue capaz de hacerse con el poder en "la sexta parte del mundo" (Trotsky dixit).
La prosa del judío Lev Davídovich es ágil; pero el aluvión de datos, de dobles y triples intenciones abruma y, a veces, cansa.
Como buen materialista, Trotsky dedica muchos párrafos a justificar que lo que pasó tenía, simplemente, que pasar así. Es decir, la revolución era inevitable. Yo, que no sufrí una educación marxista, no estoy tan convencido de "la lógica dialéctica de la historia", de la inevitabilidad de las cosas. Es decir, creo que el triunfo bolchevique y la guerra civil, se vieron favorecidos por la presencia aberrante de un Rasputín en la corte podrida de San Petersburgo o por la voluntad inquebrantable de un Lenin entre los obreros armados. Y que sin ese Rasputín y ese Lenin (y sin los fusiles de los obreros!), las cosas hubieran sido de otro modo. Aunque de esto, como de otros temas, no estoy seguro.
Otro factor que lastra el texto de Trotsky es que el libro fue escrito cuando el autor ya estaba exiliado. Y es inevitable encontrar a menudo referencias tanto a su heroico comportamiento político como a la cobardía y mezquindad de Stalin y de los que luego compartirían poder con el georgiano. Y no sé cuando Trotsky se limita a narrar hechos o cuando los manipula para justificarse. Y es que hasta los mitos eran humanos, muy humanos.
Comentarios
"Todavía hemos de decir dos palabras acerca de la posición política del autor, que en función de historiador, sigue adoptando el mismo punto de vista que adoptaba en función de militante ante los acontecimientos que relata. El lector no está obligado, naturalmente, a compartir las opiniones políticas del autor, que éste, por su parte, no tiene tampoco por qué ocultar. Pero sí tiene derecho a exigir de un trabajo histórico que no sea precisamente la apología de una posición política determinada, sino una exposición, internamente razonada, del proceso real y verdadero de la revolución. Un trabajo histórico sólo cumple del todo con su misión cuando en sus páginas los acontecimientos se desarrollan con toda su forzosa naturalidad."