A mí no me apetecía ir al cine, estaba cansado. Amparo, afortunadamente, insistió. Y vimos la que quizá es la mejor peli de la temporada.
Campanella, que tiene mucho oficio, ha montado una película muy redonda basándose en una buenísima historia del novelista Sacheri.
Se desarrollan tres tramas que van atrapando al espectador magistralmente. La primera es la investigación de un crimen ocurrido hace treinta años, una investigación que crece de acuerdo a la mejor tradición de la novela negra. La segunda es una historia de amor no realizado entre los personajes que interpretan un enorme Ricardo Darín y la hermosa Soledad Villamil. Y el tercer argumento que subyace bajo los anteriores es el lento viaje al horror y a la tragedia que la sociedad argentina emprendió en los primeros sesenta.
Las tres tramas se tejen y destejen a través de un sutil juego de espejos en el que hay emoción, violencia, miradas cómplices y miradas culpables y humor, mucho humor (formidable el funcionario alcohólico interpretado por Francella).
¿Es posible la justicia? ¿Cómo se vive cuando se pierde todo? ¿Es posible empezar de cero siempre? El mal existe, ¿existe el bien? Una peli tremenda que crece a partir de los ojos y las fotos de un personaje central: la mujer violada y asesinada, que protagoniza a través de su ausencia, de su belleza rota, un viaje a través de la memoria, sea cual sea esa cosa. El que vaya a hacer ese viaje que sepa que le quedarán en la mente y también en el corazón terribles preguntas; pero también algo parecido a la esperanza.
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