El gran Eastwood se empieza a ver viejo y se ha planteado a sí mismo, como todos lo hacen o lo harán, la vieja cuestión. La cuestión a la que la humanidad ha dedicado más desvelos y afanes. Y en cuyo honor se han construido todas las religiones, la filosofía, y el arte. La cuestión, que en el lenguaje poético de Juan de Mairena, vendría a ser: "Y después de esto, ¿qué?".
Y en lo que se refiere a retos cinematográficos, a Eastwood nada le asusta.Si ha tocado todos los palos también puede tocar este. Y ha hecho una peli casi perfecta en la forma, asumiendo que el tema es incómodo y que muchos le van a acusar de una especie de proselitismo encubierto. Y que la mayoría dirán que "Sin perdón", "Mystic River" o "Gran Torino" son mejores. Pero supongo que eso poco le importa, en su particular viaje por todos los géneros.
"Más allá de la vida" tiene un principio sobrecogedor: que nadie llegue tarde al cine. Aparecen tres personajes, un norteamericano (Damon), una francesa (Cecile de France) y un niño británico (McLaren), que Eastwood maneja con su habitual maestría para la dirección de actores. Durante la peli, me intrigaba cómo lograría juntarlos y relacionarlos; pero el guión lo consigue y es que Eastwood siempre ha tenido una vista excelente para escoger sus historias. Como en otras de sus obras, el juego de las casualidades, ese misterio que los griegos imaginaron como los hilos que se tejen formando una tela, funciona perfectamente. Eastwood evita solemnidades innecesarias y, si asumimos que la espiritualidad en sí misma, no lo es, no defiende ninguna postura ni dogma. Y después de más de dos horas de película, uno sale del cine asombrado y planteándose la vieja pregunta sin respuesta; pero con la sensación de que ha visto algo bien hecho, como un bonito cuadro o una vieja puerta tallada, llena de hermosura, en un pueblo abandonado, como aquella de la que el viajero Julio Villar escribió en "Viaje a pie": "el hombre que la hizo no murió del todo".
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