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Mis pequeñas perras, Lara y Bimba, en el Museo del Prado (2)


Mis perritas, Lara y Bimba se pasean todas las mañanas por el Museo del Prado porque es de todos. Es público. Es de los españoles, de la humanidad y de la caninidad.  Cada vez que algo valioso pasa al común, a la universidad, como decían los antiguos, es un pasico adelante en el lento curso de la historia, esa fulana retorcida. El museo, como tal, fue fundado durante el reinado de Fernando VII (IV en Aragón). El llamado "rey felón", además de un pene grande y de un criterio moral pequeño, heredó la más formidable colección de arte pictórico de la civilización occidental. Afortunadamente, en 1814, decidieron dar cobijo a ese inmenso tesoro en el edificio que había diseñado Juan de Villanueva antes de la francesada. En 1869, tras la primera expulsión de los borbones (aplausos y vítores), se declaró el museo y su contenido "bienes de la Nación".

Me gusta contemplar el "Agnus Dei" de Zurbarán. El maestro usó varias veces el motivo del cordero sacrificial, todavía vivo, amarrado, sumiso. Puedes pararte ante esa obra todas las veces que quieras y no dejas de admirar la técnica del extremeño. Las luces y las sombras construyen, de una forma perfecta, la lana merina y los pequeños ojos de la ofrenda. Creo que es el punto culminante de la pintura figurativa. Volveré a ponerme exagerado: ese Zurbarán es tan valioso como El Louvre o la Galería Uffizi completos. Y ahora está en mi pueblo de adopción. Para mí y para mis perritas. Lara, que identifica a los otros animales en dos dimensiones, lo reconoce; pero no sabe si ladrarle al pobre cordero o no. Creo que le da un poco de pena. Bimba anda más despistada, resoplando, buscando, nerviosa, a los gatos de las casas de al lado.

Goya intuyó que el culmen de la pintura figurativa había quedado detrás de él y abrió los nuevos caminos que seguiría el arte occidental. Unos metros más adelante, podemos ver "La familia de Carlos IV", "La maja desnuda" y "Los fusilamientos del 3 de mayo". 

"En la familia de Carlos IV" sale el felón del primer párrafo. Y la grandeza de Goya no deja ningún lugar para la duda: el joven infante es un imbécil, que tiene cara de imbécil. Pero el resto de los retratados no brillan mucho más: su majestad Carlos IV parece lo que era, un calzonazos de mente lenta. Y los otros, una linda colección de tontos sobrealimentados. Y lo mejor de todo es que, al parecer, les gustó el retrato. Pero todavía impresiona más "Los fusilamientos..." Ese óleo sobre lienzo inaugura tanto la historia moderna como el arte contemporáneo. El pueblo, indefenso, abandonado y traicionado por los comemierdas del retrato anterior, es acribillado en 1808. Sacrificado como el cordero de Zurbarán. Si la nación española, como comunidad política, nació en 1812, épica y sangre no faltaron. Lo importante del cuadro no es la exactitud en la representación de las víctimas y de las tropas francesas, sino la forma en que Goya nos pone delante el terror ante la muerte y la uniformidad monstruosa de los que disparan, meras máquinas, al servicio de un estado moderno. Podéis cerrar los ojos; pero lo seguiréis viendo: ante nosotros, en grises y negros, muere simbólicamente toda la tradición pictórica cristiana y llegan al mundo juntos el imperialismo, el expresionismo y el romanticismo.

En el Puerto, llaman "La Ciudad-Jardín de la Gerencia" (acortando, la Gerencia) al barrio residencial, ajardinado y cerrado que fue construido por la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo a  partir de los años 20 del siglo pasado. Su función era proporcionar viviendas lujosas y tranquilas a los jefes de la gran fábrica. Muchos de los chalets tienen cierta inspiración vasca. Los ingenieros venían de allí. En el feo urbanismo del Puerto, se aprecian todas las características de las llamadas "ciudades-factoría": los barrios se organizaron alrededor de las plantas industriales. En los barrios más lujosos y amplios (la Gerencia) los jefes vascos y madrileños y sus privilegios y su absentismo laboral, en los barrios aglomerados y oscuros, los trabajadores valencianos, churros y aragoneses y sus esperanzas, sus tabernas, sus jotas y sus hondas melancolías, en las chabolas, los recién llegados de Andalucía y sus hambres infinitas.

Cuando cerraron los Altos Hornos del Mediterráneo, durante la mal llamada "Reconversión Industrial" el barrio fue abandonado. Después de una larga lucha popular, en 2015, la Gerencia volvió a ser patrimonio municipal. Público. Universal. De todos. Mío, y de mis pequeñas perritas, que pasean felices por sus jardines. Otro pasico adelante. Ya conocen ustedes el verso de Pablo Milanés: "Abierto, democrático, en fin, el mar" 

En los chalets abandonados, hay gatos y quizás, algún cadáver. Cuando Lara era un cachorro, se me escapaba y se metía por algún agujero, de cacería. Se llevó alguna zurra. Bimba es más obediente y su hermana mayor le ha enseñado que es mal negocio entrar en esos caserones vacíos y tapiados. Pero como he dicho más arriba, siempre anda barruntando a los gatetes. Por si acaso, les hemos puesto un collar contra las garrapatas. Cuando se agarran al pelo de los perros, es muy difícil quitárselas (aplausos y vítores).

Como ya habrán deducido los lectores, las diligentes autoridades del Puerto han traído a los jardines de la Gerencia una exposición itinerante con reproducciones de lo mejor del Museo del Prado. Ya sé que eso es mucho decir. Así que, Lara, Bimba y yo nos paseamos todas las mañanas entre obras maestras. Le doy vueltas a la idea de que la vida en este planeta era inevitable, porque el universo necesita ojos para mirarse a sí mismo. Y comprendo que esos ojos no son mis ojos miopes y exagerados, mirando a las casas ociosas de aquellos ingenieros antiguos o a las genialidades de Murillo y de Goya. Sino que son los ojos inteligentes de Lara "nuestra nueva compañera (La raíz)" y los ojos tristes de Bimba "my baby blue (Badfinger)" los que me miran siempre, con un amor infinito y sin condiciones. Son la expresión última de la vida, que me mira a través de ellas. Y esos ojicos me curan del vacío humano, me hacen olvidar el triunfo de la muerte, y me compensan del paso del tiempo, ese Saturno cabrón que cierra fábricas y hunde casas de estilo vasco.

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