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Cónclave

No todo el mundo puede decir que un cura de su pueblo pudo haber sido papa. Yo tampoco puedo decirlo. Al menos, con absoluta seguridad. Pero las historias que he oído al respecto parecen verosímiles. Dicen que después de que Ratzinger renunciara al cargo, en el cónclave de marzo de 2013, se reprodujo la misma división que ya habían sufrido cuando lo eligieron. Así que parecía razonable que buscaran a alguien que suscitara consensos. Además, me figuro que entre los requisitos del nuevo estaba que su lengua materna debía ser el español o el portugués, las lenguas mayoritarias del catolicismo. No es demasiado aventurado pensar que mi paisano estuvo entre los principales candidatos. Lo cierto es que la primera visita del recién coronado Bergoglio fue a Santa María la Mayor, donde tenía el arciprestazgo el de mi pueblo. 

Por todo esto, se pueden imaginar el interés con el que fui al cine. Idea de mi sobrino del sur, que ha venido muy cinematográfico estas vacaciones. Los efectos de la enseñanza secundaria y la buena influencia paterna. En los Alucine del Puerto de Sagunto había más cola, más luces y más olor a palomitas de lo habitual. Me alegro por los dueños y por los muchachos que se habrán sacado un jornal mísero y honesto en estos días.

"Cónclave"es buena. Por ser más exactos, es sorprendentemente buena. Y eso que todo queda claro desde el principio. Sabemos que la única resolución del thriller será la elección de un papa. La famosa fumata blanca. Así que la cosa podría hacerse un poco aburrida. Pero la excelente dirección del alemán Edward Berger (del que ya vimos la gran "Sin novedad en el frente"), las vistas de la Capilla Sixtina y las otras estancias vaticanas y la brillante actuación de Ralph Fiennes hacen interesantísimo el juego del Whowillbe. Un "Doce hombres sin piedad" con más mármol y metros cuadrados; pero igual de adictivo.

La peli (y supongo que la novela de Harris) administra bien las evidentes grietas que dividen al colegio cardenalicio. Una de ellas es la de las lenguas que hablan los cardenales. Por desgracia, vimos la versión doblada al español. Creo que en la versión original, cada cual habla en su idioma. Y se entienden, porque son muy listos. Aunque el que hace de jefe de la facción preconciliar protesta por ello: "Antes todos hablábamos en latín y mira ahora". Con todo, el argumento no se regodea demasiado con las muchas divisiones entre estos señores y se fjja en la lucha pura y despiadada de cada elección consecutiva. Los hombres que pelean y murmuran por los pasillos son honrados y sabios; pero bajan al barro porque no pueden hacer otra cosa. "Todos los que estamos aquí encerrados, ya hemos pensado el nombre que elegiríamos como papa" le dice uno de los candidatos al decano del colegio, en una de los muchos diálogos memorables de la cinta. A veces, son los candidatos los que lideran a sus bandas. Otras veces, son sus bandas las que les empujan. Y continuamente se tienen que repetir a sí mismos que es Dios el que les dicta su decisión para poder seguir mirándose al espejo en la soledad del enorme y austero apartamento que les han asignado.

Por mi trabajo y mis personalidad, he vivido muchos procesos electorales. También estudié un poco a Condorcet y a Arrow. Sin profundizar demasiado, ya me conocen. Pero en sus teoremas y paradojas nunca encontré una respuesta a la vieja pregunta ¿Qué mueve a los hombres a querer ser los elegidos como jefes de un grupo? Sí, ya sé que la mayor parte de los mamíferos somos jerárquicos y que el líder de la manada suele obtener rendimientos suplementarios por el trabajo que hace y los riesgos que corre. Pero me refiero a personas que ya han logrado casi todos sus objetivos y tienen vidas confortables, como profesores o como obispos. La pregunta más exactamente es: ¿qué mueve a hombres racionales a asumir más trabajos y penas como jefes de su manada (papas, rectores, alcaldes) cuando vivirían objetivamente mejor sin haber sido elegidos? Quiero pensar que es algo más que la vanidad o los intereses espurios de los que les siguen (o les empujan). En el caso de la Iglesia Católica, no quiero ni imaginar la presión que deben ejercer sobre unos hombros y un alma humana, tan diminutos, el odio entre religiones, la pesada herencia de la pederastia o la duda permanente sobre la propia fe. Y siento una lástima animal y desconsolada por el elegido.



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