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Número 24

Benjamín, que sabe que me gustan las pelis sobre la Segunda Guerra Mundial, me avisó de que hacían esta noruega en Netflix. Supongo que la plataforma va repartiendo el presupuesto por países, para tener a todos los consumidores contentos. ¿Quién dijo que el nuevo tecnofeudalismo era antipático? Vi "Número 24" en una noche tristona y solitaria de este enero solitario y tristón. Lara  y Bimba dormían en sus casitas, felices. Merche dormía arriba, inquieta y preocupada. La estufa iba a lo suyo: a veces, locuaz y naranja y otras veces, oscura y tímida. Y yo, entre pelis, series y vídeos de Youtube  me iba acabando el excelente ron dominicano Matusalem que trajo mi cuñado para las lifaras navideñas. 

La peli, parsimoniosa y lenta, cuenta las hazañas de Gunnar Sønsteby, uno de los líderes de la resistencia noruega contra los invasores alemanes. La historia transcurre en dos planos históricos: durante la guerra y cuando el anciano Gunnar, una gloria nacional, anda dando charlas por los institutos de secundaria noruegos. Una mezcla de muchachicos rubios y de chicas con hiyab, le escuchan impresionados. Todo muy pedagógico, muy políticamente correcto y muy socialdemócrata.

Benjamín, que es un pillo, me avisó que lo mejor estaba al final. Era una manera de decirme que no me dejara la peli a mitad. Buen consejo, porque llegó cierto momento, alrededor de 1944 y de las doce y media de la noche, en el que el joven Gunnar se me estaba haciendo bola. Se supone que era el jefe perfecto: no bebía, no se acostaba con las compañeras de lucha y dedicaba toda su alma y todo su cuerpo escuchimizado a liberar a su patria y a joder a los nazis. Un día normal en la oficina: sabotajes, explosiones, panfletos, billetes falsos y todas esas cosas que tanto molestan a las gentes de bien. Los alemanes, por su parte, se dedicaban a sus cosas de alemanes: torturar y a fusilar prisioneros y a conceder honores al líder de la nueva Noruega nazi: Quisling. Quédense con el apellido del tipo. Ha servido desde entonces para denominar en las lenguas escandinavas y en inglés a cualquier colaboracionista o traidor en un país ocupado.

Por lo general, en las imágenes que tenemos de aquella guerra, solo identificamos como "malos" a los alemanes y a los austriacos con uniformes elegantes de Hugo Boss; pero toda Europa occidental estaba infectada de fachapobres que aplaudieron entusiasmados cuando las tropas de Hitler invadieron sus respectivos países. Monárquicos franceses, nacionalistas bretones y flamencos, psicópatas holandeses. Todos tenían que ajustar cuentas con las sufragistas, con los gitanos, con los tenderos judíos, con los anarquistas y con los profes de instituto, que les habían puesto malas notas. Es decir, con todos los raritos. Había que exterminar todos los cuerpos extraños a la nación. Fue una orgía de sangre y los hijos de puta la disfrutaron bien disfrutada.

Me temo que cuando Trump invada Groenlandia o España y Portugal u otro país Brics, quizá imponga un Nasjonale Regjering, al mando de Abascal-Quisling. De hecho, ya le han invitado a la toma de posesión del Joker. Lo lamento por el de la barba sarracena, que tendrá que teñirse el pelazo de rubio y ponerse a trabajar. Quizá, al menos, consiga que los yanquis "nos" devuelvan Puerto Rico. No creo que estas bromas les hagan gracia a las feministas, los gitanos, los tenderos paquistanís, los sindicalistas, los profes de instituto y los españoles de provincias que no se sienten españoles al 100%. Una bonita colección de hijos de puta quieren ajustar cuentas con ellos. ¡Qué bien se lo pasarán los desokupas anabolizados, los lunaplanistas, los curas pretridentinos y los chulos de puticlub con pulserita! Los nuevos amos los nombrarán encargados de las salas de tortura, grupo C2, con sus trienios y sus quinquenios. Como las cunetas de las carreteras nacionales todavía están demasiado okupadas, imagino que usarán como nuevo archivo los terraplenes del tren de alta velocidad, que queda mucho más moderno y sostenible.

Según cuenta la película, en un momento dado, la resistencia noruega decidió atentar contra las vidas de los colaboracionistas. Una bala patriótica en el cráneo y ya no volverás a torturar ni a delatar a nadie, chatico. Aunque, como represalia, los nazis fusilen a 30 paisanos. Como decía, lo mejor de la peli está al final. Cuando una de las muchachas le pregunta al anciano Gunnar si esa "socialización del sufrimiento" era legítima. Si la patria y la libertad, si Noruega, Israel, Irlanda o Euskal Herria justifican el "terrorismo". Además, la niña era tataranieta de un chivato, al que le dieron su jarabe. Y el pobre Gunnar no sabe qué responder. Los británicos no le entrenaron para eso. Yo tampoco hubiera sabido qué decirle a la tatarahuérfana.

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