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Mis pequeñas perras, Lara y Bimba, en el Museo del Prado (1).

El otro día, la pequeña Bimba se cagó en la sala 55A del Museo del Prado. Como soy un buen ciudadano, lo limpié rápidamente. No vaya a ser que algún señor pisara la cosa visitando "El triunfo de la muerte", de Pieter Brueghel "el viejo", una de las obras más impresionantes de la colección.

Recuerdo la primera vez que vi "El triunfo de la muerte" y sus predecesoras: "El jardín de las delicias" y "Las tentaciones de San Antonio", de Jheronimus van Aken, "el Bosco", que están en la sala de al lado. En la enciclopedia Larousse de casa. Pensé que había un error. Creí, en una primera mirada alucinada y confusa, que, en realidad, aquellas fantasías flamencas no eran trípticos (óleo sobre madera) de finales del siglo XV y mitad del XVI, sino obras contemporáneas. Pensé que aquellas extrañas imágenes de muñequitos, cadáveres y pavos reales eran la broma de un asesino en serie que le quería mostrar a los detectives del FBI todo lo que escondía su cabeza febril. Ver aquellos mundos era como asomarse a todos los deseos ocultos, a todas las verdades y terrores del alma humana. Solo un loco o un genio podía concebir esos espectáculos dolorosos y lúcidos. Nunca sabré lo que hay en las cabecitas de Lara y Bimba; pero creo que no hay tanto dolor ni tanta sombra. Ellas no necesitan ni dioses, ni budas, ni metáforas ni tonos de gris. Ellas viven el momento, en cada momento, y son absolutamente felices, cuando corren y juegan y absolutamente tristes, cuando les riño.

¡Qué afortunadas son Lara y Bimba! Tienen comida, el calor de la estufa y cariño que devuelven con un rédito gigantesco! Y además, ahora se pueden pasear entre las obras maestras de Velázquez, Goya y Tiziano. Nos lo pasamos mejor entre semana. Los fines de semana hay demasiada gente y me toca llevarlas atadas por el pasillo principal de "la Gerencia". Tengo miedo que Lara, que es muy cabrona, se lie a mordiscos con otra hembra dominante. A Bimba, como a cualquier muchachico pequeño, le da un poco de miedo "Saturno devorando a su hijo", de Goya. Y es que el gigante aragonés consiguió reflejar en las paredes de la Quinta del Sordo el horror más oscuro, el mal más doloroso. 

Mis compañeros de trabajo me dicen que exagero cuando afirmo contundente y serio que, en el arte europeo, antes de Goya, solamente hubo predecesores y después de Goya,  imitadores. Lara coincide conmigo. Ella siempre me da la razón. Lara, al contrario que Bimba, es valiente, digna heredera de esos perricos serranos que se enfrentaban a los jabalís. Lara no le tiene miedo ni a las Pinturas Negras ni a los petardos en fallas ni a nada. Suele mear en los jardines de la entrada de la Gerencia y luego, se viene conmigo, a mi lado, siempre a mi lado. El "Santo Domingo de Silos, entronizado como obispo" de Bermejo, nos mira a los tres. Y es la mirada de un Dios insensible, rodeado de lujos, siempre de parte de los ricos, siempre de parte del poder. Lara le devuelve la mirada, desafiante.

Yo creo que el cuadro que más les gusta a mis perritas es el lienzo "Chicos en la playa" (1910) de Sorolla. Les encanta ir a la playa y ese cuadro les recuerda los momentos felices que han vivido allí. Corren, se persiguen, buscan a otros perritos, escarban en la arena y miran asombradas a ese mar antiguo y bello, que cantara Joaquín Carbonell. El Puerto, la ciudad-factoría nació y creció de espaldas a ese mar eterno; pero Lara y Bimba saben que está ahí, esperándolas, creado para ellas, para su felicidad completa y perfecta.


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