Todos experimentamos, de vez
en cuando, la necesidad de transformarnos, de cambiar. De pronto, miramos atrás
y con razón o sin ella, no nos gusta lo que vemos y queremos ser otros, de una
vez y para siempre. Queremos, de golpe, parecernos a algún inviable modelo
vital.
Algunos quieren cambiar
continuamente, reinventándose, reimaginándose. Otros pretendemos una improbable
transformación cada cierto tiempo. En realidad, nunca lo conseguimos, porque la
vida es única e indivisible, como una novela o una película. Solamente los más
sabios la viven como una obra creativa que solo se comprende, vista, devorada,
en su totalidad, como un cuadro impresionista o un chuletón. Esos sabios miran
hacia atrás y ven sus tropiezos con cierta sonrisa comprensiva.
El protagonista, el excelente
actor Alejandro Awada, sabe sacar esa sonrisa en su
intento de transformación. Y la complicidad que consigue con el espectador
sostiene un argumento que tiende a quedarse vacío, hueco. Otro valor de la peli
es que es breve. Afortunadamente.
Vemos a un ex-alcóholico, escapando de si mismo y de su pasado imperfecto, huyendo hacia el lejano sur. El
viaje siempre tiene que ver con la transformación. Viaja a la Patagonia, ese
mundo infinito que queda lejos de cualquier parte. La idea del rincón
escondido, del mundo nuevo, también es común a muchas obras sobre el cambio. En
teoría, va a pescar tiburones. Otros, se pondrían a levantar pesas, evangelizar
chinitos o correr triatlones.
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