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La cocinera del presidente (Les saveurs du Palais).



Nos decepcionó esta peli y eso que fuimos adrede a la sesión golfa de los D'Or. Podría haber sido un homenaje visual a una de las facetas más brillantes de la cultura francesa: su cocina. Podría haber funcionado como metáfora de la gran política y de la pequeña política: las cuchilladas dentro del Elíseo o entre ocupantes de la Moncloa: es decir, el celebérrimo "Agáchate, que vienen los nuestros", de Pío Cabanillas padre. Podría haber tratado con más profundidad el cambio que supone para la protagonista ir a París desde su Périgord rural. Francia, Francia, el país más hermoso de Europa, a pesar de París, a pesar de los franceses. Pero no hay casi nada de eso en la peli. Después de un buen comienzo, se pierde en vueltas y revueltas. Y no me creo a la protagonista Frot. Todo el mundo sabe que los buenos cocineros son gordos y borrachos y llevan la camiseta sucia. Casi me duermo en el cine, soñando con pulardas rellenas de trufa, recordando con placer los vinos y los quesos que probamos cuando remontábamos el Loira a golpe de pedal. Los Íñigo, Paco y yo. Y Francia, ubre inagotable en nuestras insaciables bocas ciclistas.

Las buenas gentes de nuestras aldeas sin pulardas ni quesos, se piensan que la monarquía, y sus chanchullos de varios tenedores, nos sobran por caros. No. Cualquier presidencia de la república es más cara, como muestra  la peli. El campechano rey de Castilla, y sus hijas las tontas, y sus yernos los listos, son baratos. Pero nos sobran comparados con los presidentes republicanos, simplemente, porque el tiempo pasa. Y se acabó la edad media. Para bien y para mal. Y algún día, no habrá reyes ni duques, igual que se  prohibió  la esclavitud o se permitió la libertad de credos. Porque, como escribió Neruda, la primavera es inexorable.

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