Un buen amigo de este blog, José María de Jaime Lorén, de la Universidad CEU
Cardenal Herrera (Valencia) nos envía una interesante crónica en tres entregas de sus viajes como historiador de la ciencia y la farmacia.
El Museo farmacéutico
Cuando inicia
Enrique la tarea de explicarnos los materiales farmacéuticos expuestos, nos
indica que apenas vamos a ver allí una mínima parte de los que tienen guardados
en otros lugares. Nos habla igualmente de una enorme bola que se exhibía en una
ventana, de color verde en situaciones normales, y de color rojo en épocas de
epidemias para advertir a los viandantes de la circunstancia. Bola que ha
cedido a cierto museo bilbaíno. Los objetos que se exhiben están dispuestos en
los mismos anaqueles que, convenientemente restaurados, constituían el
mobiliario de la farmacia Aramburu y de la farmacia Ruiz de Gopegui, esta
última adquirida y amortizada en 1966 por Alejo Aramburu Gardoqui.
En la sección
que llama Farmacia y medicamento, perfectamente dispuestos encontramos dos
juegos de botes y albarelos de farmacia fabricados en Francia. Pero, cuidado,
con los mismos productos en el interior que se anuncian en los artísticos
rótulos externos. Es decir, botámenes usados y susceptibles de usarse todavía
hoy. Lo mismo que los bellísimos frascos de cristal azul que siguen conteniendo
en la actualidad las mismas cremas, pastas y ungüentos que tuvieron siempre, y
que aparecen en las etiquetas.
Magnífica es
asimismo la colección de productos naturales, guardados en frascos rotulados.
Algunos con las muestras puras y con las falsificaciones correspondientes, que
de todo había. Los productos químicos imprescindibles para componer los
medicamentos, tienen también su espacio y su representación. Lo mismo que el
utillaje formado por balanzas y granatarios, morteros de todos los tamaños
(desde los grandes que se usaban para machacar raíces, hasta los más delicados
de cristal), pildoreros, tamices, dispositivos varios para baño de María,
ampollas de decantación de líquidos, alambiques, hornillos de varios modelos,
molinillo para semillas, aparato de vacio para el llenado de ampollas viales,
moldes para óvulos y supositorios, encapsuladores, sellos, papeles, etc.
Recipientes para
envasar medicamentos de todas las clases, saquitos de papel, cajas de cartón de
varios tamaños y toda suerte de frascos. Pero entre todos los recipientes
farmacéuticos, nos llamaron sobre todo la atención unos manojos de fundas de
papel para botellas de varios tamaños. Nos explicaron que se daban a las personas
que acudían a la botica con sus botellas de casa para introducir en las mismas
los medicamentos líquidos. Sobre estas botellas se colocaban a modo de forro
las fundas de papel para evitar los efectos de la luz solar y, encima, se
pegaba la etiqueta con el nombre del producto. Curioso asimismo es el
recipiente de barro donde se guardaban vivas las sanguijuelas para dispensarlas
a demanda del médico. De hecho, vimos en el libro recetario algunos asientos de
estas dispensaciones.
Hubo sin embargo
un medicamento que, lo reconocemos, no habíamos tocado nunca con nuestras manos
y que nos emocionó poder hacerlo: la famosa triaca magna. Allí estaba como un
medicamento más, con sus correspondientes instrucciones de preparación, lo
mismo que otros electuarios de aspecto pulverulento. Sólo por esto merece la
pena desplazarse a Plentzia a visitar el museo.
Hay, además, una
variada colección de fármacos que muestran perfectamente el paso de la farmacia
magistral a la farmacia industrial. Desde los medicamentos galénicos, a los
específicos y a la especialidad farmacéutica.
Otra sección
importante del Museo corresponde a la Farmacia y la clínica, en la que
encontramos toda suerte de termómetros, esparadrapos, esponjas, suspensorios,
hilo y agujas de sutura, aparatos para dosificar el éter, botellas de oxígeno,
pisteros, inhaladores, jeringas, pastilleros, etc.
Cómo desde 1931
Pedro Aramburu Mendieta era Titular farmacéutico municipal de Plentzia, para
desarrollar convenientemente el reconocimiento de vinos, alcoholes y otros
alimentos, se vio en la necesidad de instalar en su farmacia un moderno
laboratorio de análisis que dotó con el mejor material del momento. Encontramos
en el mismo utillaje general, a base de autoclave, balanza de precisión, etc.
Ya más específico de los análisis bromatológicos, contemplamos perfectamente
rotulados los alambiques de Dujardin-Salleron y de Collín, alcohómetro de
Gay-Lussac, etc. Y utilizados preferentemente en analítica clínica:
microscopios, aglutinoscopio, urinómetro o la pipeta de Westerngren, entre
otros muchos útiles analíticos.
Naturalmente,
tal variedad de materiales de laboratorio son fruto de la paulatina
modernización de las técnicas de análisis, pues desde diciembre de 1951 al
frente de la botica Aramburu de Plentzia se halla el menor de los cinco hijos
de su fundador, Alejo Aramburu Gardoqui, que simultaneó los estudios de
Farmacia con prácticas en el Laboratorio de Análisis químicos y bacteriológicos
del doctor Maestre Ibáñez, en Madrid antes de hacerse cargo de la farmacia
familiar. Allí permaneció hasta que en 1982 pasó la propiedad de la misma a su
hijo Enrique Aramburu Araluce, que hoy la dirige.
Una farmacia centenaria
Cuando en 1988
se produjo el primer centenario de la Farmacia Aramburu de Plentzia, se hizo
una catalogación sistemática de todos los materiales custodiados en la misma.
Con todos ellos se realizó una magnífica exposición en el Casino de la villa
que atrajo numerosísimos visitantes, tanto de estudiosos del pasado de la
farmacia como de simples curiosos. Sin embargo, el objetivo era remodelar la
propia farmacia para instalar en la misma a modo de museo la rica colección de
materiales que atesora. A partir de 2008 se inician las obras, y hoy podemos
contemplar la Farmacia-Museo de Plentzia en el mismo lugar donde ha estado
desde hace más de cien años. Y ello sin dejar de ser nunca una oficina de
farmacia preocupada, ese fue y es su principal activo, por dar el mejor
servicio farmacéutico a la villa.
Tal vez sea este
el mérito más notable de esta Farmacia-Museo: el hecho de encontrar en la misma
los libros, documentos, drogas, medicamentos y materiales de laboratorio que
allí mismo se usaron en otras épocas. No se trata, por tanto, de una colección
formada con objetos traídos de fuera. Nada de eso. Lo que allí hay es lo que en
algún momento se necesitó para ejercer, con profesionalidad y cariño, el
trabajo de tres generaciones de farmacéuticos.
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