Juan insistió en que no nos
debíamos perder esta peli mientras disfrutábamos de un banquete en mi casa. Y
yo me olí que la cosa iba por lo social, porque la conversación en seguida viajó hacia
quién no votará a Podemos. Efectivamente, algunos críticos han calificado esta
cinta belga de “épica socialista en miniatura”. Yo no diría tanto; pero es
cierto que la obra tiene todos los ingredientes de las grandes pelis del
género: una historia profundamente personal pero enlazada con las crudas vivencias
de toda una clase social (en este caso, los obreros belgas); dilemas éticos a
los que el espectador ha de dar una respuesta; y sobre todo, malos y buenos. Y
como me gusta mucho el género, me gustó mucho la peli.
Cuenta la historia de la empleada
de una fábrica de paneles solares que se ve ante una situación angustiosa. La
despedirán a no ser que sus compañeros de línea acepten renunciar a unas primas
de producción. A contra reloj, ha de convencer a la mayoría de que se pongan a
su lado. La fría lógica del capitalismo postmoderno (“la producción asiática
nos está hundiendo”) triturando las solidaridades entre iguales (“necesito la
prima para mandar a mi hija a la universidad”). Pero detrás y alrededor del
conflicto laboral, problemas matrimoniales y personales. La vida y sus nudos
apretando los cuellos de la gente, en forma de deudas y de enfermedad. Todo ello
contado a través de una excelente Marion Cotillard y una emotiva colección de primeros
planos de dos días y una noche angustiosos. Cine social sofisticado, donde el
envoltorio es tan importante como el contenido, como todo en nuestras sociedades
aparentemente derrotadas.
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