Zapeando en Netflix, nos encontramos este corto y nos atrapó a ambos. Cuando acabó, nos quedamos pensativos. A veces, las grandes ideas o las emociones más terribles no necesitan de épica, de paisajes sobrecogedores o de las bandas sonoras de Williams. La vida humana, con sus fríos, sus hambres, su belleza y su falta de sentido, no necesita grandes escenarios para ser contada. Solamente de personas que quieran escuchar los lamentos y las canciones de amor de otras personas. Shaista está casado con Benazir. Alguien con buen oído sabría si hablan en pashtún, en dari o en uzbeko. Lo cierto es que son morenicos con un aire oriental. Viven en una humilde choza con paredes de adobe y paja, en algún barrio de refugiados, en alguna ciudad en ruinas de Afghanistán. Por si no lo recuerdan, de 2005 a 2014, allí hubo tropas españolas, repartiendo caramelos. Entre las chozas, por las callejas de barro, llenas de desperdicios, corre un reguero gris. Merche, ingenua, preguntó qué era. Shaista l...