Durante las noches ventosas del final de enero, me he leído este libro de mi adorado Kapuscinski. Se trata de una colección de relatos que por primera vez se han publicado en castellano. Así que, aunque algunos de ellos pertenecen a sus primeros años de periodista, me han sonado como una fresca novedad, como un feliz descubrimiento. Al parecer, antes de ser corresponsal internacional de la agencia polaca de información, hizo diversos reportajes en su Polonia natal, que se reflejan en muchos de estos relatos. Nos presenta una Polonia destruida por la guerra; pero donde la gente encara las duras tareas de reconstrucción con un extraño optimismo (o quizá sería mejor decir, con una resignación de siglos). Kapuscinski se deleita en mostrarnos el alma cándida y sencilla de los campesinos, de los obreros, tan lejanos a la sofisticada y ruidosa Varsovia. Hasta los desplazados germanoparlantes son tratados con una sutil humanidad. Supongo que eran los años del realismo socialista. Es decir, el pueblo, la tierra, la revolución, el nuevo amanecer, los viejos héroes, etc. Supongo que Kapuscinski sabía moverse bien en el sistema y que; como todos los grandes creadores, tuvo que escribir entre líneas para no salirse de la línea que marcaba el régimen. Cuando nos dicen que la censura aguijoneaba la creatividad de poetas, guionistas o cineastas, hay que pensar inmediatamente qué hubieran sido capaces de hacer Kapuscinski o Berlanga sin el estalinsimo o el fascismo. Supondremos que más cosas y mejores.
En los relatos de este libro me ha parecido percibir el alma de la vieja, doliente, hermosa Europa, la Europa de las guerras y el hambre, la del colonialismo y la crueldad; pero también la Europa de los bosques silenciosos y la de los pueblos hermosos y antiguos. La Europa que, quizá alguna vez, se encuentre a sí misma.
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