En dos ocasiones que me sentía muy solo, dos pelis vinieron a hacerme compañía. Inevitablemente, les tengo mucho cariño a ambas películas, aunque reconozco que ambas son truqueras, facilonas, falsas. ¿Pero qué sería de la vida, sin algunos trucos de magia, sin un poco de maquillaje, sin historias fáciles? Es decir, ¿qué sería de la vida sin cine?
Era un día festivo hace algunos años y no tenía nada qué hacer. No había quedado con nadie ni me apetecía leer o estudiar. Una lluvia fría estropeaba una ciudad, en la que yo era el único habitante. Recordé que una compañera de trabajo de negros rizos y sonrisa blanca, me había recomendado una peli que estrenaban. Y me fui al cine. Era "Amélie". Y me sentí feliz durante un rato. Y volví a casa sonriendo, con las pupilas llenas de perspectivas de París. Y aquella noche, dormí dulcemente, soñando con morenas ingenuas y sonrientes, como mi compañera de trabajo y como Tautou.
Eran las pasadas navidades. Y me quedé solo en casa y no tenía nada que hacer. Y fuera, había fiesta y se oía a la gente celebrando la vida y yo no tenía nada que celebrar. Me puse "Cinema Paradiso". aunque me sabía algunos de los diálogos y veía venir la historia, me emocioné. Supongo que la música de Morricone tuvo una parte de la culpa. Porque era el cine el que me salvaba de la tristeza y de la rutina, como a todos esos sicilianos de la postguerra, que como mis padres o abuelos, se emocionaban con lo que veían en la pantalla, que reían y lloraban, que huían de la realidad y entraban al paraíso por las módicas "cinquanta lire" que costaba la entrada al cine.
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