Escribía el alemán Bertolt Brecht en 1933: "¡Oh Alemania, pálida madre! Entre todos los pueblos te sientas cubierta de lodo. Entre los pueblos marcados por la infamia, tú sobresales". Ahora está muy de moda citar a Brecht. Creo que lo citan también unos pillos a los que están investigando por corrupción. Yo me acordaba de ese poema terrible cuando íbamos al cine a ver "The reader". Los alemanes y los austriacos se han mirado a sí mismos a lo largo de los últimos setenta años, asombrados por la sangre que manchaba su espíritu, su historia. Y han intentado expiar su pecado de todas las maneras imaginables. Así, Alemania sigue pagando reparaciones al estado de Israel. Los alemanes y los austriacos han reflexionado una y otra vez sobre el holocausto y sobre el grado de implicación de toda la sociedad en los crímenes nazis. Han evaluado sin descanso el proceso de desnazificación. "Deberíamos habernos suicidado todos al descubrir lo que habíamos hecho" dice uno de los personajes de la película.
Acudimos al cine, conscientes de que íbamos a ver una nueva película sobre ese tema y nos encontramos una historia compleja y dura; pero que iba más allá de esa cuestión. El argumento, basado en la famosa novela "Der Vorleser", de Schlink (1995), es también y sobretodo, una historia de amor. De un amor culpabilizador y extraño que marca la vida del protagonista, que es interpretado en su adolescencia por David Kross y en su madurez por Ralph Fiennes. Su iniciadora en el sexo será la extraña y misteriosa Hanna Schmidt (Kate Winslet), que le dobla la edad. Él nunca llegará a comprender bien la relación y los acontecimientos le sobrepasarán, y su vida se verá inundada de silencios y cobardías, y sombras. A la Winslet le acaban de dar un merecido Oscar por su trabajo. Pero hay algo en la historia que la desequilibra, que le quita claridad y no logro entender lo que es. Quizá sea el cuerpo de la Winslet. Quizá los saltos cronológicos.
También es una película sobre las decisiones que marcan nuestras vidas, y sobre las cosas que tenemos y las que no tenemos y sobre como las historias y la poesía que llenan nuestras cabezas nos hacen lo que somos. Y lo que no somos.
Las respuestas de Hanna en el juicio a la que será sometida son sobrecogedoras, porque en su simplicidad y en su seguridad, Hanna es Alemania y toda Alemania es juzgada una y otra vez. "De nada sirve ir a los campos. Nada enseñan." dice una de las víctimas al final del metraje. Yo no puedo olvidar (ni quiero) mis visitas a Mauthausen, el campo de los españoles.
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