Mi hermano me regaló este libro para mi cumpleaños. Y lo he devorado rápidamente durante estos días en los que tanto se discute en periódicos y tertulias sobre el resultado de las elecciones europeas. Se dice que ha habido poca participación porque el electorado percibe que el europarlamento no sirve para nada ¿Y para qué sirve el parlamento español? ¡Ah, sí! para elegir al presidente...
Creo que la mayor parte de los sistemas legislativos de las actuales democracias indirectas sirven para poco: ni controlan al ejecutivo ni consiguen trasladar la voluntad popular (sea lo que sea esa cosa) a las leyes que aprueban. Labordeta cita en el libro un término muy castizo para definir a esos diputados sin vinculación con sus votantes, que simplemente asienten a lo que dice su jefe de filas: culiparlantes.
Durante las dos legislaturas que fue diputado por Zaragoza, Labordeta fue cualquier cosa menos un culiparlante. Presentó más enmiendas y reclamaciones que el resto de diputados aragoneses (12 muñequicos sin boca, de visita en la Villa y Corte). Fueron los ocho años dorados del nacionalismo aragonés de izquierdas. Después se vería que la figura del "abuelo", como se le suele conocer en Aragón, movilizaba más votos que su partido: la Chunta. De hecho, políticamente, Labordeta está más cerca del autonomismo que del nacionalismo y más cerca de una socialdemocracia suavecita que del socialismo desgarrado y justiciero. El término que inventaron los de Andalán hace ya muchos años, fue el de "Izquierda depresiva aragonesa". Tanto el país como Labordeta se han ido haciendo viejos y cuando uno se va haciendo viejo, empieza a relativizar las cosas. Sabiduría lo llaman unos. Cansancio otros...
Ya hemos hablado en este blog de Labordeta. Pese a quien pese, su imagen y su voz llenan y resumen una parte importante del Aragón contemporáneo. He visto a muchos españolistas emocionarse con sus canciones.
Este libro son unas memorias del Labordeta diputado, en las que nos cuenta sus sensaciones a lo largo de las dos legislaturas que ocupó escaño. No teman: no hay ideas ideológicas, sólo anécdotas y breves retratos literarios de sus señorías. Es decir, política menor. Labordeta adopta una pose meláncolica y despreocupada. Un disfraz tipo "La ciudad no es para mí"; pero con más sutilidad y ternura. El se define a sí mismo como "beduino". El habitante del desierto, que mira con ojos asombrados los mecanismos del poder, mientras se agarra fuerte a su botijo. No hay rencores ni justificaciones innecesarias, sólo esa gracia labordetiana tan característica, esa famosa "somarda" del perdedor, que no hiere; pero no olvida.
Aunque hay algunos párrafos descuidados y mal escritos (supongo que hubo algo de prisa editorial), otros formarán parte de la mejor prosa sobre el parlamentarismo español: "Despues de cuatro años en la carrera de San Jeronimo, en ascensores y pasillos, cruzándome con individuos vestidos de gris, aprendí a diferenciar a los guardaespaldas de los diputados: por los zapatos. Los baratos y sucios, seguro que eran de guardaespaldas o de algun tipo del Mixto. Las marcas brillantes e italianas las calzaban, sobre todo, los diputados de Valencia y Murcia. Los andaluces lo intentaban, pero no pasaban de los Calahan riojanos".
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