Ir al contenido principal

Historia de la Unión Soviética (Carlos Taibo)


Nunca olvidaré aquella escena. José Luis y yo en un puente metálico, en la ciudad rusa de Vyborg, (la antigua Viipuri finlandesa), viendo pasar bajo nosotros, durante largos minutos, un tren interminable cargado de chatarra, en dirección al noroeste, hacia Finlandia. Kilómetros de vagones y vagones, repletos de vigas, de maquinaria, de restos oxidados de lo que fueran las glorias industriales del imperio. Era agosto de 1997. Todo se desmontaba. Todo se vendía. Toneladas de hierro enviadas a precio de saldo a Occidente, para ser fundidas en los hornos capitalistas. Para ser recicladas en el fuego del vencedor.

El siglo XX, fue en cierto modo, el de la Unión Soviética. Su fundación, pervivencia y colapso constituyen, quizá, la cuestión histórica más interesante del siglo. Durante nuestra infancia y adolescencia fue siempre la otra mitad del mundo, esa amenaza y al mismo tiempo, ese interrogante sobre la posibilidad de vivir de otra manera. De algún modo, nos sigue pareciendo mentira que ese bloque aparentemente monolítico e inexpugnable, dejara de existir. Casi, casi de un día para otro.

La Unión Soviética fue muchas cosas. Entre ellas, un gran experimento social y económico. Lenin y su secta de revolucionarios consiguieron hacerse con el poder del estado más extenso del planeta e impulsaron un proceso de transformación brutal y gigantesco que costó la vida a muchos millones de personas. Inmensas regiones salieron de la Edad media para formar parte de un inmenso y temible mecanismo de guerra y de poder; pero también de igualitarismo y de modernización. Es difícil imaginarse la magnitud de las catástrofes humanas y ecológicas producidas. Naciones enteras fueron borradas de la faz de la tierra, mientras el nombre de los líderes bolcheviques era pronunciado con adoración y esperanza por todos los esclavos del mundo. La Unión soviética fue también la prolongación histórica de la rusa zarista y de su vocación expansiva. Hasta que no leí "Imperio", del polaco Kapuscinski, no comprendí que la historia soviética debía ser entendida no solamente en términos ideológicos (viabilidad de una sociedad socialista cercada por el capitalismo) sino en términos nacionales y nacionalistas (Rusia como metrópoli centrípeta de veinte o treinta países, muchos de los cuales todavía no sé ubicar en el mapa).

Por todo ello, no podía evitar comprar y devorar este breve libro de Carlos Taibo. El autor no oculta la dificultad de su objetivo: "determinar en qué medida la degradación del sistema soviético fue el producto de 'causas naturales', tuvo su origen en las presiones externas padecidas desde 1917, o por el contrario, obedeció a decisiones más o menos libres de los dirigenes bolcheviques". El libro se estructura en base a los seis líderes máximos que tuvo el régimen. Personalmente, los períodos que más me interesaban eran los de Jrushchev y la Perestroika. Taibo interpreta la historia soviética, desde el famoso XX Congreso de febrero de 1956, hasta el golpe de estado de agosto de 1991 y la dimisión de Gorbachov, como un intento infructuoso de resolver los problemas económicos permanentes que el sistema padecía. Muchos de esos problemas se arrastraban desde la época de Stalin y de la industrialización forzada. Una especie de sino inevitable se percibe en todas las páginas: el burocratismo, la preponderancia del gasto militar, la planificación centralizada, se encaminaban inexcusablemente al desastre. Simplemente, la Unión soviética no pudo mantener la competencia económica, militar y tecnológica con el capitalismo y pese a todos sus intentos, Gorbachov, tuvo que certificar el fin del experimento. Quizá en nuestro lado del mundo se esté dando ahora mismo el mismo proceso y no seamos capaces de verlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Presentes

Solamente existen dos cosas: la vida y la muerte. La muerte es el segundo principio de la termodinámica, dominante, omnipresente, invencible. La vida es la lucha absurda, desesperada, contra ese principio. Es la excepción, lo heroico, la guerra que se libra sabiendo que se va a perder. La vida son los pimientos de Padrón, mi sobrino saltando las dulces olas del mar Mediterráneo, Francella haciendo de Sandoval en un juzgado oscuro de Buenos Aires, mamándose como un boludo mientras tiene ideas deslumbrantes. A veces, hay más vida y a veces, hay más muerte. Últimamente, nosotros hemos tenido algo más de lo segundo. Murió un primo de Merche de Albacete. Tenía ilusión por viajar y por hacer fotos a la vida, mientras que el cáncer lo iba derrotando, después de una guerra de cinco años de tratamientos, pruebas, dolores, experimentos, viajes a Madrid, más contra experimentos y más dolores. Pero ese hombretón y su retranca seguirán viviendo. En los mejores diálogos de Muchachada Nui está su c...

Vasil (2)

Vasil (Iván Barneev), un migrante búlgaro, llega a Valencia. No tiene donde dormir. Un jubilado de buena posición social (Karra Elejalde) le acoge en su casa. Para asombro de la hija del jubilado (Alexandra Jiménez), establecen una estrecha relación. Y eso que el padre es más bien rancio. Tienen una afición en común: el ajedrez. Hay largas conversaciones vespertinas, a modo de samar , ciertas desconfianzas; pero son, ante todo y sobre todo, dos seres humanos buscando la humanidad en el otro, en los otros. Con este planteamiento tan sencillo, Avelina Prat construye una película agradable, un poco lenta; pero que deja cierta sensación de paz en el alma. Y siempre nos gusta ver imágenes de la ciudad del Turia.  El planteamiento me llegó a lo hondo. Era inevitable pensar en nuestro amigo búlgaro D, al que también dejaron caer en Valencia hace muchos años y que salió adelante a base de esfuerzo y bonhomía. La directora basó la historia en hechos reales. Me pregunto si conoce a D. Aunque...

Vasil (1)

Al parecer, la palabra " samar " tiene muchos significados en árabe. Uno de ellos se refiere a la conversación tranquila, cuando ha llegado la noche. La conversación entre amigos que se cuentan historias cuando ya hay luna y cuando las prisas del día se han ido.  Saco a las perritas sobre las ocho de la tarde. A mitad del paseo, me siento con un vecino en la terraza del chino. Bromeamos sobre lo sucia que tiene el chino la terraza, la barra, los váteres y el bar entero. No hace tapas, cobra caro; pero al menos tiene la cerveza muy fría. La disfrutamos durante nuestro samar vespertino. El vecino opina que el chino no podrá mantener abierto el negocio mucho tiempo, mientras solo sea un chupadero. El vecino conoce bien el Puerto, lo ha visto cambiar a lo largo de su vida. A mí me da pena porque las tres hijas del chino son guapas y espabiladas. Y porque solamente a mí me pone cacao u olivas con la cerveza. Soy el único que da las gracias en mandarín. A menudo, más contertulios s...