En uno de los muchos bares que frecuento, además de dos guapas camareras, hay libros. Y mientras espero que venga Enrique, acompaño las primeras cervezas con la lectura de alguno de ellos. Así, me he leído "El camarada Don Camilo", la tercera de la saga. Por casa, andan también "Don Camilo", "La vuelta de D. Camilo" y "D.C. y los jóvenes de hoy". Tengo que confesar que he disfrutado con todos ellos. Y eso que comprendo perfectamente el papel ideológico del personaje creado por Guareschi. Todo, en la Italia de la postguerra, estaba destinado a evitar que el Partido Comunista ganara unas elecciones. Para ello, se usó el poder de la CIA, las organizaciones mafiosas, el sistema electoral, el "Osservatore italiano", las bombas en las estaciones de tren y también, la literatura y el cine. Afortunadamente para los italianos, consiguieron su objetivo y el PCI nunca llegaría al gobierno.
Don Camilo era un cura de anchas espaldas, que siempre andaba a bofetones con los rojos; pero que en el fondo, era buena persona. El poder del personaje procedía de que se había criado en la misma tierra que sus feligreses. Un cura primario y rural, empapado de esa niebla del norte de Italia que "nubla el corazón de los hombres". Don Camilo era capaz de romper una baraja compacta con las manos para amedrentar a sus adversarios. El jefe de estos, Peppone, el alcalde herrero, igual de grande y de bestia, siempre le tenía que reconocer que, en su momento, Don Camilo también había subido a las montañas para combatir a los fascistas. Guareschi, con un astuto arte para el diálogo y la creación de situaciones, conseguía llevar sus historias a cierta situación en la que el sentimentalismo hacía difícil el más mínimo análisis. Ese personaje y ese mundo sería también llevado al cine por varios directores.
Como he hecho hace poco un viaje de ida y vuelta a Italia, me gustaría poder comparar a Don Camilo con los curas de aquí. En primer lugar, me viene a la mente el cura aragonés Bruno Fierro, que hiciera famoso una canción de La Ronda de Boltaña. Fierro también era el cura de su pueblo: un cura grande y simplote que pertenecía a esas montañas pirenaicas en las que "esconjuraba tronadas". Fierro era (es) como las peñas o los árboles, o los ríos crecidos. Fierro tenía el mejor estómago para el vino de toda la comarca. Comarca, por cierto, llena de "sobrinos" suyos. Por desgracia, la comparación no cuadra. Fierro pertenecía a otra época, a otro mundo.
Los equivalentes de Don Camilo, a este lado del mediterráneo, en esos años 40 y 50, oscuros como las sotanas, no eran tan campechanos ni tan tiernos como aquel cura. Ni el mejor de los escritores hubiera podido construir con ellos algo parecido al personaje italiano. También daban bofetadas; pero menos literarias y más reales. Por desgracia, no hablaban con el Cristo crucificado, como Don Camilo, sino con el Jefe Provincial del Movimiento.
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