¡Ay de aquel que nunca haya
tenido ninguna afición! ¡Pobre del que nunca se haya esforzado para dominar
algún arte! El que nunca haya intentado dibujar, cantar, tocar un instrumento, actuar,
cocinar o jugar al ajedrez no sabe lo que se ha perdido. Y digo intentar,
porque en el intento es donde está la sal que hace la vida más feliz. Y los más
felices entre los mortales son aquellos que el arte ha hecho suyos: los
artistas, los profesionales, los que han dedicado una vida entera a un oficio creativo.
Los que han sido siempre prisioneros. En su esclavitud quizá han sido libres,
luminosos.
“A late quartet” trata sobre
ellos. Sobre los profesionales muy cualificados: un cuarteto de cuerda en el
final de su historia. Cuando tiene que parar la música y salen los demonios que
llevan dentro. Zilberman narra todo esto con sutilidad e inteligencia. Aunque la
peli tiene algunos altibajos, valió la pena ir a la sesión golfa de los D’Or.
Comentarios