No pude acudir a la presentación
de este libro en la Librería Primado; pero no dudé en comprarlo en cuanto
Miguel me lo mostró. Y es que todo lo que hace mi paisano Joaquín Carbonell me
parece interesante. Precisamente, de paisanos y del paisanaje trata la última
obra del bajoaragonés, que he leído con rapidez y gusto.
Supongo que la novela tiene mucho
de autobiográfico. Si no en todos los hechos narrados, sí en el aire general de
la historia. La trama se apoya en aquella contraposición tan antigua entre lo
universal y lo local y que, en lo creativo, sería el contraste entre la gran
cultura y los reflejos de esta en la cultura popular. Supongo que Carbonell le
ha dado muchas vueltas al tema. Al fin y al cabo, ha hecho cosas que podrían
ser consideradas muy “locales“; pero siempre se ha esforzado en que todo su
trabajo atendiera a motivaciones más amplias.
La novela cuenta la historia de
Antonio Zaera, originario de Andorra, la de Teruel. Huyendo de la mina y las
olivas, fue camarero en Sitges y un día, se lio la manta a la cabeza y se fue a
Madrid, a intentar trabajar como actor en “Viridiana” de Buñuel. Al fin y al
cabo, don Luis también era paisano, de Calanda y había vuelto a España desde el
exilio para dirigir la famosa película. El ansia de triunfo y de fama del bueno
de Antonio, Antuán de nombre artístico, le sirve al pillo de Carbonell para
describir ese Madrid de principios de
los 60. Una gran ciudad donde convive la miseria más triste y los lujos que los
privilegiados pueden empezar a darse. Los gerifaltes acuden de gorra a los
toros y los dirigentes del partido pronostican que el dictador caerá en
cuestión de meses. El régimen desconfía de todos: de las suecas que acuden a
las playas de Sitges y de los emigrantes en Suiza; pero necesita sus divisas. Y
por aquello del reconocimiento
internacional, también necesita dar cierta sensación de normalidad, así que ha
de que permitir al rojazo de Buñuel rodar sus “baturradas”.
Antonio se moverá entre ese mundo
sofisticado y lejano y su pueblo de origen. Es la necesidad de aceptación en la
patria chica, que todos hemos sentido alguna vez. Supongo que tiene que ver con
la necesidad de la aceptación paterna. La aventura madrileña de Antonio, en su
pueblo, le granjea admiración y también desconfianzas. No es muy normal eso de
trabajar en pelis en blanco y negro, donde salen pobres tan feos. Esa película
ni siquiera se estrenará allí, en esa España interior, desgarradoramente
aislada, triste, desconocedora, tan desconfiada como el régimen que la gobierna
a través de caciques y de guardias civiles ignorantes y violentos. Carbonell
capta con maestría ese mundo, que él también vivió como “artista” (¡con cuánto
desprecio se puede pronunciar esa palabra en Aragón!). Ese mundo, que va muriendo y despoblándose,
que también es el mío en parte. El gran
Labordeta contaba en sus conciertos una anécdota que lo describe bien y que
debió oír su amigo Joaquín muchas veces: “Cuando Buñuel volvió a Calanda,
después de haber logrado fama mundial por “Un chien andalou”, uno le dijo “esa
película del perro: flojica, flojica…”.
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