Merche sabía lo que buscaba
cuando propuso esta peli: final feliz, niños graciosos, conflictos familiares
que se arreglan. Y lo encontró. Porque todo está planeado para acabar bien y
para dejarte un buen sabor de boca del que uno desconfía. Pero es que es
difícil resistirse al trío de niños protagonistas. Las anécdotas y ocurrencias
infantiles le dan ritmo a la historia y justifican un desenlace poético y
elegante.
Eché de menos que Hamilton y Guy,
los directores, no hubieran intentado sacarle más partido a Billy Connolly, que
interpreta al abuelito que los niños van a visitar. Y el abuelito está jodido.
Se va a morir. Supongo que tratar más profundamente el tema de la muerte y de
la preparación para ella, que en eso consiste la vida, le hubiera quitado
gracia a la comedia. Pero es que el personaje daba para eso y para más y
también los paisajes. Ese mar, ese camino, que escribiera el poeta.
Al ver esos paisajes y ese mar,
yo no podía evitar recordar el viaje del 96 con Leo y Javi por las Highlands:
asombrado, feliz, voraz, afortunado. La muerte era tan lejana entonces…
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