Ir al contenido principal

Tablas por segundos.




En algunos medios, se habla últimamente del holocausto. O mejor dicho, de los chistes malos sobre él. Si, después de tanto esfuerzo,  todo lo que han podido encontrar para comprometer a los nuevos concejales ha sido esto, los humoristas yiddish que flotan sobre los cielos de Polonia y los caricaturistas republicanos de las cunetas españolas deben estar meándose de la risa. Aunque me temo que los que siempre han mandado en nuestras grandes ciudades confían más en inesperados accidentes de bicicleta como arma política que en rebuscar en las hemerotecas del mundo virtual.


En las últimas semanas he leído esta novelita breve ambientada en el holocausto. Se trata de la obra más celebrada del judío lituano Icchokas Meras (1934-2014), uno de los pocos  supervivientes de aquella comunidad. De adulto, se dedicó a la ingeniería y a la literatura como hobby. Según la wikipedia, escapó a Israel en 1972.


Supongo que compré el librito de saldo porque en la portada y en el título hay una referencia al ajedrez, mi pasión de siempre. Como es sabido, el ajedrez ha servido como metáfora y materia literaria a muchos autores. Si bien es cierto que una partida tiene cierta importancia en la trama, este juego, tan importante en el mundo judío de las primeras décadas del XX,  no es, ni mucho menos, el núcleo del argumento. De hecho, la traducción española del título lituano “Lygiosios trunka akimirką” no parece tener mucha relación ajedrecística con la traducción inglesa “A Stalemate Lasts But a Moment”. La novela cuenta las vivencias, hazañas y desgracias de los hijos de Abraham Lipman, encerrados en el gueto de Vilna. Afrontan su exterminio con sabiduría y valor. Cada párrafo rezuma cariño y solidaridad ante la tragedia colectiva. Una oda a la lucha de la humanidad frente al mal absoluto, encarnado en Schoger, el nazi que comanda el gueto y que lleva negras frente a Isaac  Lipman, el menor de los hijos de Abraham.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Presentes

Solamente existen dos cosas: la vida y la muerte. La muerte es el segundo principio de la termodinámica, dominante, omnipresente, invencible. La vida es la lucha absurda, desesperada, contra ese principio. Es la excepción, lo heroico, la guerra que se libra sabiendo que se va a perder. La vida son los pimientos de Padrón, mi sobrino saltando las dulces olas del mar Mediterráneo, Francella haciendo de Sandoval en un juzgado oscuro de Buenos Aires, mamándose como un boludo mientras tiene ideas deslumbrantes. A veces, hay más vida y a veces, hay más muerte. Últimamente, nosotros hemos tenido algo más de lo segundo. Murió un primo de Merche de Albacete. Tenía ilusión por viajar y por hacer fotos a la vida, mientras que el cáncer lo iba derrotando, después de una guerra de cinco años de tratamientos, pruebas, dolores, experimentos, viajes a Madrid, más contra experimentos y más dolores. Pero ese hombretón y su retranca seguirán viviendo. En los mejores diálogos de Muchachada Nui está su c...

El secreto de Santa Vittoria.

Golpe de estado en los USA, yo no encuentro el boli, Hitler sigue matando niños en el gueto de Gaza, estas peras de San Juan no tienen ningún sabor, a Macron le pega su mujer, las materias primas se van acabando y la única receta es aumentar el presupuesto militar para la gran rapiña final. Solo nos queda la ilusión de que cuando Bildu o ERC fuercen al camarada Pedro a convocar elecciones, el año que viene, la candidata a la presidencia del gobierno sea la madrileña, a ver si se dan el gran batacazo, nos reímos mucho y ellos aprenden de una vez qué es España (y Portugal). Cuando uno envejece en tiempos tan oscuros, se aferra como un aterido náufrago a sus viejos cánones, a sus libros y pelis preferidas. Nos encerramos en nosotros mismos, en nuestras listas y en nuestros hábitos. " En tiempos de tribulación, no hacer mudanza " recomendaba el santo soldado de Loiola. Y muy arriba entre las películas de mi canon está "El secreto de Santa Vittoria" (1969). Ya se sabe qu...

Vasil (2)

Vasil (Iván Barneev), un migrante búlgaro, llega a Valencia. No tiene donde dormir. Un jubilado de buena posición social (Karra Elejalde) le acoge en su casa. Para asombro de la hija del jubilado (Alexandra Jiménez), establecen una estrecha relación. Y eso que el padre es más bien rancio. Tienen una afición en común: el ajedrez. Hay largas conversaciones vespertinas, a modo de samar , ciertas desconfianzas; pero son, ante todo y sobre todo, dos seres humanos buscando la humanidad en el otro, en los otros. Con este planteamiento tan sencillo, Avelina Prat construye una película agradable, un poco lenta; pero que deja cierta sensación de paz en el alma. Y siempre nos gusta ver imágenes de la ciudad del Turia.  El planteamiento me llegó a lo hondo. Era inevitable pensar en nuestro amigo búlgaro D, al que también dejaron caer en Valencia hace muchos años y que salió adelante a base de esfuerzo y bonhomía. La directora basó la historia en hechos reales. Me pregunto si conoce a D. Aunque...