José María ha hecho lo que le gustaba. Página a página. Biblioteca a biblioteca. Archivo a archivo. Creo que le da igual si sus publicaciones tienen una H de Hirsch mayor o menor, si lo leen en China o en Zaragoza o si se le considera mejor o peor en los oscuros salones con moqueta de los rectorados. Y eso que tantos años de trabajo y de pequeños descubrimientos, acaban notándose. Creo que es profesor emérito del CEU Cardenal Herrera, miembro de la Academia de Farmacia Aragonesa y recientemente, ha sido nombrado miembro de la Academia de Farmacia de Valencia. Vaya desde aquí la enhorabuena que no le di en su día.
José María, siempre afable, siempre atento, ha hecho mejores las vidas de los que lo hemos conocido. Me hizo algunas indicaciones valiosas sobre mi tesis doctoral. Y supongo que le habría gustado que yo me hubiera dedicado a la historia de la ciencia o de la tecnología. Pero soy incluso más diletante que él. Ha publicado en este blog entradas interesantes, como estas: 1, 2 y 3. Hace muchos años, nos engañó simultáneamente a mi hermano y a mí, usando el vino y el bacalao de la feria calamochina para hacernos socios del Centro de Estudios del Jiloca. Dentro de algunos siglos, cuando alguien vacíe nuestra casa del pueblo, anotará extrañado en el inventario que había muchos libros duplicados sobre los pueblos y las gentes del "otro río", como lo llaman en mi valle.
Reseño aquí una de sus últimas obras, "Calamocha: la formación histórica de una villa, 1808-1955", una crónica del XIX y el XX de su pueblo natal, cuyo coautor es Emilio Benedicto Gimeno. Esta clase de libros, que recopilan actas municipales, contratos, prensa local, suelen ser soporíferos; pero el oficio de los autores ha conseguido hacer interesante esta historia de la capital del Jiloca. El nombre de Calamocha sonará a algunos fuera de Aragón porque pasa por ser el pueblo más frío de la península.
Como es bien sabido, la Francesada (1808-1814), la guerra que luego sería rebautizada pomposamente como la de la "Independencia", resultó demoledora para la población y la economía españolas. Y en especial, para el viejo reino de Aragón. No solo fue la destrucción de activos en la metrópoli y la pérdida del imperio colonial, sino la inestabilidad política que dio lugar a un estado de guerra civil permanente durante gran parte del XIX, especialmente en el medio rural. Lo que cuentan los autores sobre aquella Calamocha me sonaba conocido. Ayuntamientos en estado de quiebra, incapaces de empujar la recuperación del territorio. El conflicto continuo entre la nación y los liberales por un lado, y los carlistas, por otro. Algún tatarabuelo mío guardaba el uniforme carlista por si volvían a pasar las partidas por la sierra para conquistar Teruel o Madrid. Me imagino a José María poniéndose en el lugar de aquellos boticarios antiguos, los únicos con algo de formación científica en esas villas empobrecidas y aisladas, intentado convencer al alcalde en la rebotica para que actuara con sentido común y que no despidiera al maestro, diga lo que diga el cabrón del cura. La primera República, efímera. Los años de la Restauración borbónica y su ciclo de crecimiento económico. Los caciques y los apellidos que se repiten en el registro, en los juzgados, en la constitución de sociedades. Esos pueblos de Aragón, siempre esperando las noticias de fuera, a ver lo que pasa en la capital, a ver lo que mandan, nunca protagonistas, siempre aguardando. El golpe de Primo de Rivera, la proclamación hermosa de la segunda República y el golpe del 36 y la revancha africanista. El libro pasa casi sin hacer ruido por la guerra y los crímenes hasta llegar al primer franquismo y sus hambres y sus miserias. Espero con interés la siguiente entrega sobre la Calamocha contemporánea.
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