Las buenas gentes que, cada 12 de octubre, acuden a aplaudir el desfile militar y a pitarle al presidente del gobierno español (en funciones o investido) saben bien lo que hacen. Van con los pulmones llenos de mucho aire, ese aire que solo los nacionalismos pueden insuflar en las almas. Quizá le pitan porque tenga ministros más o menos de izquierdas, que suben el salario mínimo o los impuestos a los bancos. Pero sobre todo, le pitan porque lo identifican como la principal amenaza a la nación. A su nación. A esa nación antipática que, a menudo, parece acabarse a las afueras de Madrid. Esa nación que tiene un ejército que desfila con elegancia y una cabra y que tiene la encomienda explícita de "defender la integridad territorial", aunque lleva perdiendo territorios desde 1640.
Ya se ve que las naciones-estado están obligadas a defenderse. A sobrevivir a toda costa. Tienen ejércitos, tribunales supremos, selecciones nacionales de fútbol (anoche 2-0 a Escocia), mapas del tiempo, agregados culturales y coros escolares que cantan el himno (si tiene letra). También tienen leyendas, mitos fundacionales y cómics. Francia, la nación-estado por excelencia, tiene a Asterix y a Obelix. Ya hemos escrito aquí sobre lo francés, lo galo y Asterix. Con los años, me doy cuenta que el trasfondo de los simpáticos galos no era tan chovinista como yo pensaba. De hecho, la idea de la resistencia del débil gracias a la poción mágica que le hace invencible puede ser usada para muchas idioteces identitarias. Recuerdo a Peio, un compañero de carrera, con una camiseta donde los galos llevaban una ikurriña y decía en euskera algo así como "Conquistados; pero no dominados".
En la larga e improductiva semana que hemos pasado en Murcia, otra tierra feraz para las banderas, me he leído algunas de las historias de Tintín y de Asterix que tiene mi cuñado. La más interesante y también la más brillante, desde un punto de vista artístico, es este "Asterix en Córcega". Leo en la wikipedia que la historia fue la última que se publicó en Pilote (1973). Luego, Goscinny dejó la revista.
Para caracterizar a los distintos pueblos de la antigüedad que visitan los galos en sus aventuras, los guiones exageraban los estereotipos nacionales o regionales. Los estereotipos de los naciones o regiones actuales desde un punto de vista francés actual, se entiende. Así, los helvéticos (actuales suizos) se representan como gentes obsesionadas con la limpieza y la puntualidad o los hispanos (actuales españoles) como gentes que están siempre de fiesta. Por ello, tenía ganas de ver cómo se representaba desde el punto de vista metropolitano a los corsos, esos franceses "distintos". También me preguntaba cómo iban a comportarse el astuto hombrecillo del bigote y el fabricante de menhires que tanto han luchado contra el imperio romano opresor, siendo los representantes ellos mismos de otro imperio, el francés...
Córcega siempre había dependido de potencias exteriores. En el XIV y en el XV, la Corona de Aragón y Génova se disputaron su dominio. De ahí quedó la bandera actual de Córcega, que, como la de Cerdeña, procede de la cruz de Alcoraz. Casi ningún aragonés actual lo sabe. No se lo contaron en el colegio. A partir de 1755, Paoli encabezó la que pasa por ser la primera revolución burguesa y nacional de Europa, formando una efímera república que fue atacada y conquistada posteriormente por el reino de Francia. Los siglos XIX y XX fueron los de la integración y asimilación de Córcega en la nación francesa. El siglo XXI es el del renacimiento del nacionalismo corso. "Esperad, este perfume, este perfume ligero y sutil, hecho de tomillo y de almendro, de higuera y de castaño, y además ese soplo imperceptible de pino, ese toque de artemisa, esa pizca de romero y de lavanda... amigos míos.. ese perfume... ¡Es Córcega!" dice el protagonista corso antes de saltar del desgraciado barco pirata para volver a su patria.
Goscinny y Uderzo evitan meterse en problemas y desactivan el debate político con sutileza. Los extranjeros son los romanos y aparecen poco en la trama. Y se representa a los corsos como gentes perezosas, acogedoras, henchidas de un orgullo vacío y susceptible, anárquicas, socarronas y con cierta tendencia a la corrupción. El nacionalismo corso se vería así como más bien un negocio de caciques locales y el terrorismo independentista corso como un asunto de bandoleros individualistas, como un simple problema de orden público. También veo que entre las más de 100 lenguas a las Asterix ha sido traducido, no está el corso. Los niños corsos lo leerán en francés.
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