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La torre herida por el rayo.

Muchos de mi generación recordarán a Fernando Arrabal: un hombrecillo que, a veces, salía en la tele (una de ellas, muy borracho), una especie de caricatura que tenía fama de intelectual importante en Francia, y a quien el régimen anterior (me refiero al de Franco) había llegado a considerar un agitador peligroso. Incluso, los más cultivados sabrán que el tipo era un dramaturgo influyente. Y por seguir afinando, los ajedrecistas cultivados, además, sabrán que Fernando Arrabal era también ajedrecista y que el ajedrez era uno de sus motivos literarios importantes. Así que, un servidor de ustedes, teniéndose a sí mismo por un ajedrecista cultivado, no podía dejar de leer una de las obras importantes de Arrabal. Me compré esta novela en Amazon (Jorge me hizo ver que en Iberlibro me habría salido más barata), me la mandaron a la Sierra del Segura, me la leí entre siesta y siesta, y la reseñé en mi sección del programa de ajedrez "Negras o blancas" de Alzira Ràdio el 18/09/2023. 

La novela fue premio Nadal en 1982. En aquella época, los premios literarios (sobre todo el Nadal), todavía significaban algo. Luego, maduramos. Realmente, "La torre...." es una novela que no deja indiferente. Para algunos, es una obra maestra, para otros, un absurdo sin sentido.

Usando el ajedrez, Arrabal cose un patrón bien conocido. Los dos protagonistas juegan una partida decisiva en una especie de Campeonato Mundial y,  jugada a jugada, vamos sabiendo de sus vidas, de su pasado y su futuro. Eso se ha hecho en muchas obras. Aquí hemos citado varias. Incluso los creadores del ajedrez moderno, los valencianos Fenollar, Vinyoles y Castellvi lo hicieron en "Escacs d'amor", o Paco Cerdá en su excelente "El peón".  Por tanto, la gracia de "La torre herida por el rayo" no está en el modelo narrativo. Tampoco está en lo ajedrecístico (ni los jugadores son creíbles como competidores por una especie de título mundial ni la partida está a la altura del duelo mental que disputan). Ni siquiera en la manera de escribir (algunas frases están claramente mal redactadas). Pero ambos jugadores, el exacto Marc Amary y el intuitivo Elías Tarsis, son interesantes por sí mismos. Arrabal se auto representa. A él mismo y a toda una generación que ha fracasado. El dogma marxista-leninista de Amary no significaba nada. El teatro, la poesía, nada significaban. Ni siquiera los profundos enamoramientos de Tarsis, ese proxeneta barcelonés tenían significado en un mundo brutal, inhumano, sin empatía ni compasión, que solo se refleja bien en el tablero frío. Solo la victoria final en la partida, es decir, la muerte, tiene algún significado.


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