Hace tiempo, leí una idea que me pareció muy explicativa. Era algo así como que en España no se entendería bien a América Latina hasta que los españoles fueran capaces de distinguir por separado los diferentes países latinoamericanos. Es decir, hasta que no se olvide la falsa dualidad "España frente a América" y se pase a "España frente a Ecuador", "España frente a Costa Rica", "España frente a México" y así sucesivamente. Una entre iguales. Muchos españoles, especialmente los menos formados, siguen colocando a una España rancia y antipática en cierto trono ingenuo de "madre patria", una "madre patria" a la que los "hermanos" del otro hemisferio deberían adorar. Esos ignorantes no saben que los "hermanos" del otro hemisferio tienen problemas más importantes que solucionar y que si vienen a limpiar el culo de nuestros viejos, a pintar pisos, a hacer el doctorado o a morir en nuestras discotecas sin licencia no es por "fraternidad" ni por "semejanza cultural". Esos ignorantes no saben que el español de Valladolid es igual de malo o de bueno que el "español neutro" de Colombia o el español de Puerto Rico que se habla en el Bronx. Esos ignorantes, al menos, comparten ignorancia con los ignorantes del otro lado del charco y no saben que el caraqueño Simón Bolívar fue el más español de los españoles, que La Habana fue la ciudad más importante de España durante varios siglos, o que los mejores jugadores del valencianísimo truque están en Buenos Aires o en Montevídeo.
Quizá el país latinoamericano más particularizado en nuestro cerebrito peninsular es Chile. Ese país largo en aquella esquina lejana. Tal vez porque el acento chileno es, junto, con el árido castellano del norte de España el acento más diferente de los muchos acentos hispanos. Quizás porque su ogro nacional, Pinochet, nos recordaba a nuestros ogros nacionales.
Como hoy no teníamos que madrugar, vimos esta película en Netflix. Fernando Trueba la estrenó en 2009. Debí adivinar que era obra suya cuando vi a su cuñada, la Ariadna Gil, haciendo de ex- del Darín. La peli se basa en una novela del chileno Skármeta, que no conocía. Se ambienta a finales de los 80, en la transición chilena. Hay un golpe planeado, una venganza contra caciques de la dictadura, Darín que fuma y habla, un caballo y una bailarina. Aunque me pareció interesante al principio, la cosa fue decayendo, demasiado sentimentalismo, demasiados trucos facilones. Hasta Merche adivinó quién se iba a morir y quién se iba a salvar. Al menos, en muchas escenas, salían los Andes a lo lejos, es decir, la sublime columna vertebral del mundo.
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