Había visto en dos largas sentadas la serie mexicana de Prime Video (2019) sobre la conquista castellana de Tenochtitlán y supongo que mi subconsciente o como quiera que se llame ese rincón del cerebro, estaba todavía en el lago de Texcoco, merodeando, evitando a los mexicas y dispuesto a vender caro mi corazón, si los putos nativos emplumados venían a arrancármelo.
Estuve unas semanas pensando en los alardes de los modernos estados-nación y en la historia como arma política del presente. El gobierno de México, para sus asuntos internos, exige al rey español de ahora que se disculpe por lo que le hicieron los antepasados de los mexicanos actuales a los antepasados de los mexicanos actuales cuando todavía no existían ni México ni España. Efectivamente, no hay duda de que los abuelitos que llegaron en barco, masacraron, esclavizaron y robaron a los abuelitos y abuelitas que habían llegado andando unos milenios antes. Llámenlo genocidio o encuentro entre dos mundos, según la universidad que les pague.
Obviamente, el gobierno mexicano puede esperar las disculpas sentando el culo en alguna piedra de sacrificios ceremoniales. Los borbones ni siquiera se han disculpado por todo lo malo que le han hecho a los españoles desde el nacimiento de España como estado-nación. Así que difícilmente van a pedir perdón por lo que hicieron los súbditos hambrientos de un antiguo rey de Castilla, que además, era de otra dinastía. Nos conformaríamos con que el rey viejo, Juan Carlos, el delincuente rijoso, pagara impuestos acá. Y supongo que allá, los indígenas se conformarían con que los güeros descendientes de los criollos dejaran de tratarlos como ciudadanos de segunda.
Con nuestro estúpido y habitual sentimiento de superioridad hacia todo lo latinoamericano, la petición mexicana suena acá bastante absurda. Algo así como si el actual presidente de Aragón le pidiera a Claudia Scheinbaun, la primera presidenta mexicana de origen nahuatl, que se disculpara porque los tlaxcaltecas eran aliados de Felipe II (I en Aragón) cuando su católica majestad decidió conculcar la legalidad aragonesa, entrar en el reino y decapitar al pobre Juan de Lanuza y Urrea. Que el Dios de las pequeñas naciones sin estado tenga en su gloria al ajusticiado Justicia de Aragón.
La ignorancia lastra las relaciones de los hermanos a ambos lados del mar. Las repúblicas de allá, especialmente, México, han hecho todo lo posible por olvidar el período virreinal, quizá el más brillante de la historia de América. Ya escribí en este blog que cuentan unas historias nacionales donde los conquistadores serían los malos frente a los buenos indígenas que ya portaban la esencia de la nación actual y que resistieron unidos a la invasión hasta que se "liberaron" a principios del XIX. Historia a trozos, historia falsa. No queda claro por qué los mexicas serían menos malos que los barbudos. Nadie les contará a los niños mestizos que hablan el castellano más hermoso del mundo que "la conquista la hicieron los indios y la independencia los españoles".
Y los ígnaros de acá tampoco sabrán nunca que la Ciudad de México, la Habana y Nápoles fueron las tres ciudades más importantes de España, antes de que su Real Madrid ganara la primera copa de Europa. La España actual podría haber puesto su fiesta nacional en muchas fechas distintas: el 6 de diciembre, cuando se refrendó la Constitución en vigor, o el 19 de marzo, cuando se promulgó la de 1812. La que incluía lo de la "soberanía nacional" de "los españoles de ambos hemisferios". Otro borbón de mierda, antepasado de los actuales, la derogó a los dos años. Posteriormente, se decidiría que la fiesta nacional española coincidiera con la fecha de la llegada a Guanahani de la expedición capitaneada por el valenciano sefardí Colom. Los del PSOE, siempre tan sabios, consolidaron la fecha en 1987, vinculando, para siempre, la imagen nacional de la España contemporánea a las rancias glorias imperiales. Es decir, que aunque no sea verdad, vamos a seguir diciendo: "Cuando nosotros conquistamos América..." Historia a trozos, historia falsa. No se extrañen de que, cada cierto tiempo, algún gobierno de un país hermano nos exija disculpas.
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