
Una de mis muchas manías es la búsqueda de puntos flacos o errores en las historias que de sí mismos se construyen todos los Estados-Nación. La historiografía francesa o española, por ejemplo, ha ido montando a lo largo de los siglos una visión de sus colectivos "nacionales" que es la que se estudia y se repite en sus sistemas educativos con el fin de formar a sus futuros ciudadanos. Lo mismo intentan hacer ahora los nacionalismos periféricos. Esas historias están llenas de pequeñas o grandes invenciones, de omisiones interesadas y de aspectos discutibles. Ninguno de ellos es inocente.
Así que cuando me acerqué a la historia de Islandia, me movía el mismo afán desmitificador. Me paseé por el Museo Nacional de Reykjavik y me compré este libro de Gunnar Karlsson dispuesto a poner todo en duda y a criticar. Pero me resultó imposible.
La historia de Islandia aparece como una narración lineal y limpia, llena de poesía y heroísmo desde los primeros colonos ("settlers") hasta la independencia. La supervivencia de los islandeses en esa roca volcánica en medio de la nada desde hace más de mil años es un hermoso canto al ingenio y a la tenacidad humanos. Los islandeses señalan a menudo que entre sus antepasados están también los esclavos y esclavas celtas que los vikingos llevaron a la isla, porque no les hace gracia que se les considere una "reserva" de pura sangre nórdica. Hacen mucho hincapié en la singularidad de las sagas (uno de los hitos de la literatura universal) y de su idioma ("el latín del norte", que tanto interesó a Borges). Y aunque casi todos dominan el inglés, se esfuerzan en mantener y actualizar su vieja lengua y sus costumbres. Dicen que la única arma inventada por Islandia ha sido el dispositivo para cortar las redes que usaban los británicos cuando los conflictos por la territorialidad de las aguas pesqueras.
Malos tiempos acechan, sin embargo, a este país sin ejército. Los bancos islandeses sucumbieron a los cantos de sirena del sistema financiero norteamericano y se metieron hasta las cejas, arrastrando a inversores de toda Europa. E Islandia está en bancarrota, con lo que eso supone para una isla que tiene que importarlo casi todo del exterior. Me duele, por el cariño que le he cogido a esta pequeña nación de lectores y ajedrecistas.
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