El otro día vi la segunda entrega de Sonderbergh y Benicio del Toro sobre Ernesto Guevara: Che Guerrilla (pronúnciese en inglés).
Creo que Del Toro ha conseguido lo que quería al aportar el dinerito para la superproducción. Quedará en una parte de la memoria colectiva como la imagen viva del guerrillero. Un hombre grande y fuerte que "tenía una mirada impresionante, unos ojos claros, una melena casi pelirroja y barba bastante crecida. Llevaba una boina negra, uniforme de soldado completamente sucio, una chamarra azul con capucha y el pecho casi desnudo, pues la blusa no tenía botones", según lo describía uno de sus captores en la boliviana Quebrada del Yuro. La interpretación que Del Toro hace del personaje es muy buena: logra transmitir algo de esa aura de mesías, de ese aire de leyenda viva en la que se convirtió el doctor Guevara. Creo que capta mucho de ese hombre que renunciaba a comer si no comían todos o que se escondía para ocultar sus ataques de asma, de ese hombre que mató a muchos de un tiro en la sien. Sin embargo, la peli no me ha gustado. La narración es absolutamente lineal, siguiendo al pie de la letra lo que cuenta el propio Che en sus diarios. A veces me sentía más viendo un documental (o un documental "dramatizado") que una película. Y a veces, me aburría. Eso ya les había ocurrido en la primera parte. Pienso que prefirieron evitar ciertos conflictos ideológicos al público norteamericano y se han limitado a narrar y a narrar. Pero una película no se debe quedar sólo en narración, sino que debe sugerir, recordar, ensalzar, emocionar. Y el personaje daba para todo eso. En la primera parte, la historia tiene tres referencias cronológicas: el Che en México, la guerra revolucionaria y el Che en la ONU representando a la Cuba asediada de los primeros sesenta. En esta segunda parte, nos cuentan parsimoniosamente el día a día de los 300 días en los que el Che estuvo intentando montar el foco guerrillero continental, que iba a alzar en armas a toda Lationamérica desde Bolivia. Y aunque hay momentos emocionantes, como cuando los guerrilleros ven en el horizonte a la cantidad enorme de fuerzas que el gobierno boliviano y la CIA han enviado para aniquilarlos, o las conversaciones entre el Che y sus captores en la aldea de La Higuera, la historia se pierde y desdibuja cinematográficamente a lo largo de dos largas horas.
Otro reparo que se le puede poner a la peli es el tema lingüístico. Los acentos no pegan. Y es que hay actores puertorriqueños y españoles (el Jaenaga y el Mollá, por ejemplo) haciendo de argentinos que hablan cubano, de cubanos que hablan boliviano y de bolivianos que casi no hablan. Puede parecer que el tema no es importante; pero al propio Che y a su voluntarismo latinoamericano sí que le importaba. En términos históricos, la presencia de numerosos cubanos en las tropas guerrilleras pudo ser una de las razones del fracaso del intento. Al fin y al cabo, los pobres campesinos bolivianos de Ñancahuazú comprendían peor a aquel Cristo armado que les predicaba en español con suaves palabras que había que construir hospitales y escuelas que a los "rangers" de Barrientos que les amenazaban en quechua con violar a sus hijas delante de ellos si no lo delataban.
Se ha dicho a menudo que la principal característica del Che como personaje histórico fue su coherencia radical y sobrehumana. Creo que las cuatro películas contemporáneas que se han hecho sobre el Che: "Diarios de motocicleta", "Che!" y las dos de Sonderbergh captan esa coherencia y eso las salva y permite verlas como un todo, como la historia de uno de los principales símbolos del siglo XX, ese siglo ensangrentado y hambriento.
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