Ayer por la tarde, para escondernos del poniente, nos metimos en el cine. Y acertamos. "Despedidas" ganó el óscar de 2008 a la mejor película en lengua bárbara. Y nos gustó.
El protagonista, Daigo Kobayashi, vuelve a su ciudad de origen y aprende un trabajo nuevo, muy propio de la cultura tradicional japonesa: el de amortajador. La historia, tremendamente visual, nos enganchó desde el principio y fuimos viviendo con Kobayashi los tremendos reparos a tener contacto con la muerte que él y su entorno ponen. La sociedad japonesa contemporánea, como la nuestra, se niega a aceptar ese hecho cierto y final. Porque se niega (nos negamos) a aceptar la naturaleza absurda y casual de la vida. Y a vivirla con plenitud.
Kobayashi descubre (y los espectadores con él) que puede volcar su alma de artista en ese rito funerario, lleno de delicadeza y respeto por los que se van, independientemente de la religión que les haya caído encima, de los errores que hayan cometido, de lo solos o acompañados que hayan estado. Los suaves movimientos del proceso me recordaban a veces, los movimientos exactos y seguros del aikido. La muerte, la vida.
El retorno al origen de Kobayashi le sirve para enfrentarse a los conflictos básicos de su vida. La película está bien contada, la banda sonora es un placer y la sutilidad de algunos momentos hace perdonar cierto sensiblerismo comercial que quizá esté de más. Luego estuvimos mucho tiempo pensando en lo que habíamos visto.
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