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Ciudad de vida y muerte.


Una conocida mía es de origen polaco. Recuerdo que en una discusión sobre historia, para hacerle la puñeta, yo le decía que la Segunda Guerra Mundial no había empezado con el ataque alemán a Polonia, en 1939. A ella le daba mucha rabia; pero yo le quería hacer ver que la historia siempre es maleable y que cada nacionalismo (especialmente el de los Estados-Nación) la manipula y la adapta a sus intereses estratégicos. Manu Leguineche podía decir, con toda propiedad, que la Segunda Guerra Mundial empezó en su pueblo (Guernica) con el bombardeo del 26 de abril de 1937. Si uno adopta un punto de vista más universal y cosmopolita, advierte en seguida que, en realidad, el que sería el peor conflicto armado de la historia de la humanidad, había empezado unos años antes, con el proceso de expansión japonesa en el extremo Oriente. "Ciudad de vida y muerte" trata de la conquista y ocupación de la antigua capital del imperio chino, Nanjing-Nanking, por parte de las tropas japonesas.

La publicidad la presentaba como una gran película bélica y efectivamente, se trata de una peli bélica, en blanco y negro, espectacular, atronadora, imparcial, majestuosa y equiparable a los grandes clásicos occidentales; pero solamente durante el primer tercio del metraje. Después, cambia el tono épico y empieza a narrar algo distinto: las brutalidades y crímenes que cometieron los ocupantes japoneses contra los prisioneros y la población civil después de su victoria absoluta. En el segundo tercio del metraje asistimos a la sobrecogedora descripción del asesinato a sangre fría de las decenas de miles de chinos prisioneros. La brutalidad del vencedor parece no tener fin: los vencidos son muertos a bayonetazos para ahorrar balas. O enterrados vivos. Y sin embargo, el espectador todavía está llamado a visitar el horror un poco más de cerca. El último tercio de la película se centra en las violaciones de las niñas y las mujeres chinas por parte de los soldados japoneses. Millares de ellas se vieron convertidas en esclavas sexuales cuya vida no tenía ningún valor en medio de una locura de humillación y dolor.

Lo narrado es tan abrumador que al director y guionista Lu Chan se le puede perdonar cierto academicismo en la manera de construir la peli y algunos minutos que parecen sobrar. El contenido satura cualquier juicio sobre la forma. Afortunadamente, Lu Chan ha huído de planteamientos maniqueos e incluso, en medio de ese infierno, entre los soldados japoneses podemos encontrar la compasión y entre las víctimas la voluntad de vivir y de sobrevivir. Es decir, incluso en medio de la muerte, fluye la vida, que siempre encuentra su camino misterioso, aunque "vivir sea más difícil que morir", como dice uno de los protagonistas.

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