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Libros, libros, libros: "Edén".


Neruda decía de ellos: "Ya no caben en el mundo...cuánto libro... cuánto librito... ¿quién es capaz de leerlos?.. Si fueran comestibles...Si en una ola de gran apetito los hiciéramos ensalada, los picarámos, los aliñáramos..." El otro día se celebraba el día del libro: libros por todas partes, en mis dos casas, en el trabajo. Libros nuevecitos y libros de segunda o tercera mano, con el nombre de un antiguo dueño, con hojas marcando las hojas. Libros para cada momento, llenos de historias, de palabras, de angustias inabarcables, de risas alocadas, de polvo. Mundos infinitos. Y de vez en cuando, encuentras uno que te cuenta lo que precisamente querías leer en ese instante, uno que te trae los adjetivos que necesitabas, y que te hace ver lo insignificante (y maravillosa) que es tu vida.

La última novela con la que sentí precisamente esa coincidencia, esa señal, fue "Edén", del poeta Felipe Hernández. No sé por qué, pero viví intensamente los padecimientos del protagonista, un funcionario miope y apocado en un mundo futuro y fantasmal. "Edén" se sitúa en una sociedad que ha sucedido a la nuestra y parece haber perdido gran parte de la tecnología (no hay electricidad ni vehículos); pero conserva nuestras absurdas obsesiones por la organización y la burocracia (en realidad, máscaras del poder). La historia se desarrolla en una ciudad gigantesca en donde conviven en sus innumerables suburbios y barrios, cientos de lenguas distintas (precisamente el protagonista trabaja como intérprete-copista en algo parecido a un Departamento de Traducción). Todos los recursos de esta sociedad degradada y enferma parecen dirigidos a la construcción de una gran torre. Es decir, hay un juego de ucronías-utopías con resonancias bíblicas. El protagonista se verá atrapado en una angustiosa situación debido a un error burócratico. La influencia de "El proceso" de Kafka, una de las obras fundamentales de nuestra cultura, es innegable. Se trata el problema de la identidad, del destino, de la violencia oficial, del deseo. Con estos ingredientes, Hernández construye una historia interesante, a la que quizá hubiera podido sacar más partido; pero que me sirvió para vivir otra vida más miserable y triste que la mía durante tres largas noches.

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