Pasamos unos días en Roma. Visitamos los Museos Vaticanos, esa colección desmesurada y enorme de riquezas, ese botín gigantesco que aturde, ese almacén que guarda la historia simbólica y material de Occidente, que ES Occidente.
Por supuesto, no nos enteramos de mucho, la magnitud de lo que veíamos excedía nuestro conocimiento y nuestra sensibilidad de turistas de rebaño, que quieren ver la Capilla Sixtina. Creo que lo que más nos impresionó fueron "Le Stanze di Raffaello", los antiguos apartamentos del Papa Julio II, decorados con los frescos de Rafael Sanzio. Ya sé que ni cronológica ni artísticamente es exacto lo que voy a escribir; pero me sentí, de algún modo, ante el punto de partida del Renacimiento. Los frescos, verdaderos alardes de técnica y de belleza, irradiaban libertad.
Amparo e Irene estudiaron detenidamente el que quizá es el más famoso: la "Escuela de Atenas". Encontraron cierta incongruencia en la identificación de los personajes que hacían los paneles vaticanos. Según esos paneles y la mayor parte de los autores, los personajes que aparecen en el lado inferior derecho mostrando una bola del mundo y del cielo son Ptolomeo (de espaldas) y Zoroastro (acompañados del propio Rafael y del pintor Perugino). Sin embargo, nos pareció evidente que la figura que estaba de espaldas era la de una mujer. Ellas, que vieron hace poco la peli de Amenábar, llegaron a la conclusión de que esa mujer tenía que ser Hipatia (o Hypatia) de Alejandría, que había desarrollado los trabajos de Ptolomeo.
Aunque esa deducción no coincide con la de la mayor parte de expertos, a mí me pareció razonable. Prefiero la intución de mis chicas que los estudios de los expertos con sotana. Rafael habría pintado esa figura vuelta de espaldas para soslayar la terrible y enfermiza misoginia del arte de la época y de la iglesia católica. Supongo que algún norteamericano ya habrá escrito una novela de aventuras con el tema.
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