Los de mi generación vimos muchas pelis de chinos. Era el penúltimo género al que recurrieron los cines de los barrios obreros, antes de pasarse a las clasificadas S y cerrar. Las películas de artes marciales eran sencillitas, honradas, fáciles de ver y de entender. Por lo general, tenían un protagonista que daba unas hostias como panes, recitaba haikus y siempre vencía a los malos. El más famoso fue Bruce Lee. Y como éramos inocentes y nos conformábamos con poco, todos queríamos saber artes marciales para defendernos de los tipos chungos que nos amedrentaban. Es decir, el mismo mecanismo de huída que ofrecían los superhéroes de la Marvel; pero menos fantasioso. Así que los gimnasios se convirtieron en buenos negocios (en mi suburbio eran todos coreanos huídos de la guerra que enseñaban taekwondo). Claro que cuando ibas al gimnasio te dabas cuenta de la diferencia que hay entre el cine y la realidad, esa que hace que todo el mundo prefiera el cine. Pero entre acrobacia y acrobacia se fue colando un poco de sabiduría oriental, es decir, de sabiduría.
Así que no me podía negar a ir a ver este estreno. Se trata de un remake del éxito del 84, con más presupuesto y un protagonista más mono, si cabe: Jaden Smith, el hijo del todopoderoso príncipe Will Smith. Hay que reconocerle al niño que lleva el arte en la sangre y todo lo hace bien. Le han puesto de profe de kung-fu a Jackie Chan, un habitual del género y les ha quedado una peli bonita y suave, casi Disney, con mucho karma y mucho chi, que además, transcurre en el origen de todas las cosas: China. Ideal para hacer la digestión de las palomitas y la coca-cola.
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