Pero la joya la
constituye el Neues Museum que alberga el Agyptisches Museum, y bien que lo
saben los alemanes pues es de los que cobran un suplemento para su visita. Lo
de menos son los numerosísimos sarcófagos donde conservaban los cadáveres
momificados de los principales faraones, ni la multitud de relieves o
bajorrelieves, pequeños templos, miniaturas y otras piezas. La estrella allí
es, ya lo hemos dicho, el busto de Nefertiti, conocido y repetido hasta la
extenuación en guías y obras de arte egipcio. La extraordinaria belleza de esta
mujer reina en Museumsinsel. Y eso que no se ha librado de la polémica. Hay
quienes sostienen que nada tiene que ver con el antiguo Egipto de los faraones,
que se trata de una obra moderna. Sin embargo, el hecho de hallarla junto a
auténticas piezas de la época y, precisamente, en el taller de un escultor,
abona la idea de que era un modelo, una maqueta para realizar con la misma una
escultura de las colosales dimensiones que manejaba esta civilización. El
propio hecho de carecer de uno de los ojos, circunstancia conocida que no resta
belleza al modelo, se justifica con el pragmatismo de aquella cultura que no lo
necesitaba en el modelo por cuanto no se trataba de la obra definitiva. Lo
mismo sirve para explicar el brusco tajo que el artista dio en las
inmediaciones del cuello, típico dicen los detractores de obras del siglo XIX,
pues al artífice le interesaba en exclusiva el rostro, por eso reduce al máximo
el busto. Por cierto también, se acusa a los arqueólogos alemanes de sacar este
busto oculto en yeso, pues las autoridades egipcias controlaban las piezas que
salían del país.
Otra pieza muy
renombrada en este museo es el Sombrero de oro, con inequívoco sentido
litúrgico pues debieron usarlo los sacerdotes en los ritos principales, se
encontró sobre el siglo V antes de Cristo en los Alpes. Lo curioso del mismo
viene dado por tener una serie de divisiones en la copa en la que parecen
representarse la sucesión de los años solares y lunares, indicando que conocían
ya los años que debían transcurrir para que coincidieran ambos calendarios por
los que se guiaban las sociedades de entonces. Un poco difícil de creer en
aquella Europa bárbara. A nosotros nos emocionó mucho más contemplar una parte
de la maravillosa colección de papiros que allí se guarda, generalmente en
escritura hierática. Nada decimos de los cientos y cientos de tablillas de
barro que conservan también de escritura cuneiforme.
Extenuados,
hicimos todavía la del pobre, ya se sabe, antes reventar que sobre. Todavía nos
acercamos un momento al Museo de pintura, con una preciosa escultura ecuestre
en la escalinata de acceso, creo que de algún káiser Guillermo o de algún otro
por el estilo. Allí nos limitamos a visitar brevemente las salas de los
románticos y de los impresionistas, entre estos últimos hay cosas de Gutiérrez
Solana.
José María de Jaime Lorén.
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