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Museos de Berlín (3)



Pero la joya la constituye el Neues Museum que alberga el Agyptisches Museum, y bien que lo saben los alemanes pues es de los que cobran un suplemento para su visita. Lo de menos son los numerosísimos sarcófagos donde conservaban los cadáveres momificados de los principales faraones, ni la multitud de relieves o bajorrelieves, pequeños templos, miniaturas y otras piezas. La estrella allí es, ya lo hemos dicho, el busto de Nefertiti, conocido y repetido hasta la extenuación en guías y obras de arte egipcio. La extraordinaria belleza de esta mujer reina en Museumsinsel. Y eso que no se ha librado de la polémica. Hay quienes sostienen que nada tiene que ver con el antiguo Egipto de los faraones, que se trata de una obra moderna. Sin embargo, el hecho de hallarla junto a auténticas piezas de la época y, precisamente, en el taller de un escultor, abona la idea de que era un modelo, una maqueta para realizar con la misma una escultura de las colosales dimensiones que manejaba esta civilización. El propio hecho de carecer de uno de los ojos, circunstancia conocida que no resta belleza al modelo, se justifica con el pragmatismo de aquella cultura que no lo necesitaba en el modelo por cuanto no se trataba de la obra definitiva. Lo mismo sirve para explicar el brusco tajo que el artista dio en las inmediaciones del cuello, típico dicen los detractores de obras del siglo XIX, pues al artífice le interesaba en exclusiva el rostro, por eso reduce al máximo el busto. Por cierto también, se acusa a los arqueólogos alemanes de sacar este busto oculto en yeso, pues las autoridades egipcias controlaban las piezas que salían del país.

Otra pieza muy renombrada en este museo es el Sombrero de oro, con inequívoco sentido litúrgico pues debieron usarlo los sacerdotes en los ritos principales, se encontró sobre el siglo V antes de Cristo en los Alpes. Lo curioso del mismo viene dado por tener una serie de divisiones en la copa en la que parecen representarse la sucesión de los años solares y lunares, indicando que conocían ya los años que debían transcurrir para que coincidieran ambos calendarios por los que se guiaban las sociedades de entonces. Un poco difícil de creer en aquella Europa bárbara. A nosotros nos emocionó mucho más contemplar una parte de la maravillosa colección de papiros que allí se guarda, generalmente en escritura hierática. Nada decimos de los cientos y cientos de tablillas de barro que conservan también de escritura cuneiforme.

Extenuados, hicimos todavía la del pobre, ya se sabe, antes reventar que sobre. Todavía nos acercamos un momento al Museo de pintura, con una preciosa escultura ecuestre en la escalinata de acceso, creo que de algún káiser Guillermo o de algún otro por el estilo. Allí nos limitamos a visitar brevemente las salas de los románticos y de los impresionistas, entre estos últimos hay cosas de Gutiérrez Solana.

José María de Jaime Lorén.

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