Chema, que lo admiraba mucho, se lo dijo a Félix y Félix me puso un whatsapp informándome de que hacían el preestreno de este documental de Gaizka Urresti y Paula, una de las tres hijas. Teníamos que ir y fuimos. Curiosamente, la última vez que habíamos ido al cine fue a ver otro documental, con el que el de anoche tenía ciertos puntos en común.
Yo me pasé la hora y media vigilando mis emociones, observándome a mí mismo, como si fuera alguien distinto del que estaba sentado en la fila 4 de los ABCPark. Es lo que tiene ir a ver algo que te va a revolver el intestino delgado, el páncreas y el bazo, y sobretodo, el corazón. Un masaje abdominal; pero a lo bestia, una tormenta emocional, de las gordas, como las tormentas de verdad que a veces caen sobre la Sierra de Gúdar. Se oía a la gente llorar. Merche lloró también 3 o 4 veces. Aragón entero había viajado a los viejos cines de la Calle Roger de Lauria y lloraba y los que no llorábamos, nos aguantábamos las lágrimas. Las lágrimas de la emigración, las de las banderas rotas, las de las soledades negras. Las lágrimas por el mundo mejor que quiso construir la generación de Labordeta en los años 60 y 70, sin lograrlo. Al final, todo quedó atado y bien atado. El PSOE absorbió al PSA y Labordeta envejeció y tenía el PSA alto. Murió el 19 de septiembre de 2010 y nos dejó sin habla. Poca gente habrá concitado tanto respeto, en su tierra y en todas las Españas. Labordeta era la dignidad, lo bueno que hay en nosotros, con un poco de somarda, eso sí.
Ir a ver ese documental es como ir a misa siendo creyente. Casi todo es conocido, hemos visto muchas de las imágenes, hemos leído sus libros y nos sabemos sus canciones, cada verso, cada palabra. Hemos leído sus libros autobiográficos y los de los demás. Y sin embargo, cada oficio religioso es distinto y nos enseña una luz nueva de esa fe laica y emocional, que nos hace un poco más humanos. Cantaba mal; pero fuerte, decía las verdades y se despidió a lo grande. Labordeta, el hombre sin más, el poeta que escribía sobre la desazón, el señor de Zaragoza que descubrió su país en el lejano Teruel, quizá en un solitario paseo cósmico hacia mi pueblo ingrato, entremezclándose en muchos episodios de mi vida, de nuestras vidas.
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