Han pasado ya muchos años desde mi primer viaje al
extranjero: aquel recorrido por Escocia con Javi y con Leo. Así que van
quedando menos recuerdos del periplo en coche que nos llevó por todo ese país
de lagos, hielos y páramos. Sin embargo, una difusa sensación de libertad y alegría
permanece en algún hueco de mi corazón al acordarme de aquellos días. También rememoro
el asombro que sentí al descubrir la permanencia de los signos identitarios
escoceses. Una parte de ellos, productos
a disposición de cualquier turista (norteamericano o de Albacete, como nuestros
ocasionales compañeros de entonces). Otra parte, milagros históricos de la
vieja Europa, como la pervivencia en precario del gaélico escocés. Pequeños
detalles que sustentan las viejas trampas que son las identidades nacionales. La
identidad nacional escocesa ha permanecido tan fuerte que habrá un referéndum en
otoño del 2014, que puede cambiar la relación jurídica que la antigua Alba tiene
con Inglaterra desde 1707. No busquen paralelismos aquí, la cuestión es totalmente
distinta: en 2014, no habrá un referéndum que pueda cambiar la relación
jurídica que Cataluña tiene con Castilla desde… 1707.

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