Ir al contenido principal

Novela negra turolense (3)



Sangre y pólvora … granito de oro

Hasta aquí los puntos fuertes del relato, auténtica novela negra, la gran solidez de los personajes, muy bien descritos y muy creíbles. Lo mismo que la ambientación general de la obra, en una Calamocha real que perfectamente reconocemos quienes vivimos esa época. Sin embargo encontramos asimismo algunos puntos débiles en la obra que conviene conocer, pues entendemos que el autor debería considerar la posibilidad de dar continuidad a la saga de investigadores que forman Gapito y Antero, en el marco ya muy bien definido de esa Calamocha que está buscando nuevos horizontes de progreso.

Para empezar nos parece poco acertado el título de la novela. Le notamos falta de garra, se limita a decirnos las profesiones del protagonista, cuando su propio nombre, Gapito, es ya de por sí bien original. Le ofrecemos a Lauko como posible título para otra novela, una de las frases célebres de nuestro enterrador y barrendero, generalmente la decía cuando estaba algo achispado. Se nos quedaba mirando a los jóvenes que le hacíamos corro, se remangaba el brazo, levantaba el puño mostrando los bíceps y sacando la bola, decía: “Ves esto, maño: sangre y pólvora … granito de oro”. Y, ahora que lo pensamos bien, la personalidad de Gapito era así, una mezcla de sangre, de pólvora, de oro.

También entendemos que es mejorable la descripción de otros personajes secundarios, cuya personalidad queda bastante diluida dentro de la trama. Alguno de ellos irrumpe en pleno desarrollo argumental de forma brusca, e inmediatamente pasa a adquirir importancia en el texto. Pensamos que personajes como por ejemplo Andrés el molinero o de Serafín el guardagujas, protagonistas importantes, están insuficientemente analizados en su carácter y personalidad.

En cualquier caso, consideramos que se trata de defectos menores que no empañan en absoluto un relato sólido, con una trama argumental muy bien trabada, en la que las investigaciones policiales se aproximan a la verdad a paso lento y siguiendo siempre una senda lógica de descubrimientos. Lo más notable, lo repetimos, es que nos encontramos con una novela con protagonistas normales del mundo rural, casi podríamos definirlos como antihéroes, que están llamados a tener continuidad literaria. Sepa Lauko, que todavía falta en la época que noveliza algún crimen calamochino real pendiente de ser esclarecido, y que le puede servir como idea para futuras entregas de las andanzas de Gapito y Antero. El otro gran mérito de la novela, lo recordamos de nuevo, la perfecta ambientación urbana y climática en la Calamocha que sale de la posguerra, ya la tiene hecha.

Desde aquí nuestra recomendación general invitando a todos a la lectura de esta novela. Primero a los aficionados a la literatura negra, que pueden conocer la variante turolense de la misma. También a los amantes de la lectura por encima de géneros, que podrán apreciar un relato ameno y bien construido. Pero, especialmente, a los calamochinos. A los que peinan canas o no peinan nada, porque reconocerán fácilmente al protagonista principal y el ambiente en el que se desarrolló su infancia y su juventud. Y a los que son más jóvenes, para que conozcan como era Calamocha en los pasados años 50 y 60. Muy recomendable para que maestros y profesores encarguen a sus alumnos la lectura de la novela, que luego puede servir para desarrollar muchos trabajos sobre el relato y sobre el ambiente de la misma.

Por cierto, y terminamos con esto. ¿Se han dado cuenta que modificando levemente el apellido del autor, Lauko, pasando la “a” por delante de la inicial y separándola, nos queda una de los dichos más genuinamente calamochinos de todos los tiempos? A ver, Jon, ¿a donde mandan a uno en Calamocha a cascala …?



José María de Jaime Lorén
Centro de Estudios del Jiloca

Comentarios

Entradas populares de este blog

Presentes

Solamente existen dos cosas: la vida y la muerte. La muerte es el segundo principio de la termodinámica, dominante, omnipresente, invencible. La vida es la lucha absurda, desesperada, contra ese principio. Es la excepción, lo heroico, la guerra que se libra sabiendo que se va a perder. La vida son los pimientos de Padrón, mi sobrino saltando las dulces olas del mar Mediterráneo, Francella haciendo de Sandoval en un juzgado oscuro de Buenos Aires, mamándose como un boludo mientras tiene ideas deslumbrantes. A veces, hay más vida y a veces, hay más muerte. Últimamente, nosotros hemos tenido algo más de lo segundo. Murió un primo de Merche de Albacete. Tenía ilusión por viajar y por hacer fotos a la vida, mientras que el cáncer lo iba derrotando, después de una guerra de cinco años de tratamientos, pruebas, dolores, experimentos, viajes a Madrid, más contra experimentos y más dolores. Pero ese hombretón y su retranca seguirán viviendo. En los mejores diálogos de Muchachada Nui está su c...

Vasil (2)

Vasil (Iván Barneev), un migrante búlgaro, llega a Valencia. No tiene donde dormir. Un jubilado de buena posición social (Karra Elejalde) le acoge en su casa. Para asombro de la hija del jubilado (Alexandra Jiménez), establecen una estrecha relación. Y eso que el padre es más bien rancio. Tienen una afición en común: el ajedrez. Hay largas conversaciones vespertinas, a modo de samar , ciertas desconfianzas; pero son, ante todo y sobre todo, dos seres humanos buscando la humanidad en el otro, en los otros. Con este planteamiento tan sencillo, Avelina Prat construye una película agradable, un poco lenta; pero que deja cierta sensación de paz en el alma. Y siempre nos gusta ver imágenes de la ciudad del Turia.  El planteamiento me llegó a lo hondo. Era inevitable pensar en nuestro amigo búlgaro D, al que también dejaron caer en Valencia hace muchos años y que salió adelante a base de esfuerzo y bonhomía. La directora basó la historia en hechos reales. Me pregunto si conoce a D. Aunque...

El niño que miraba al mar (Luis Eduardo Aute)

Tomás, compañero y sin embargo, amigo, me manda esta fervorosa reseña del concierto que compartimos la semana pasada: ¡Aute sigue en plena forma! Será porque nos mentalizamos para un homenaje al maestro, al que suponíamos agostado, será por envidia; pero es lo primero que me sorprendió de un concierto vibrante de música, letra y ritmo. Fue en La Rambleta, en Valencia el 28 de noviembre. Aute ya tiene 71 años, nunca ha exigido mucho a su voz y las mesas de mezclas hacen maravillas, pero todo eso no desmerece que sonó limpio e intenso. Uno no puede menos que preguntarse cuál será el secreto de su vigor, y cómo aplicárselo. Cantó las canciones de su último disco “El niño que miraba el mar” y algunas de sus discos anteriores, ya 46 años componiendo. Al final del concierto se centró en las históricas las de los 70 y 80 después de haber amagado tres veces con terminar e irse. Total 3 horas sin descanso. Se hicieron cortas. Le acompañaron tres músicos muy buenos, incluido s...