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Ayer no termina nunca.



El amor va y viene, como las lluvias y los soles de esta primavera invernal.  Lo que fue la unión más cálida, se puede convertir en una ruptura abisal. No eres tú, soy yo. Es el niño que murió, es el hijo que no tuvimos. Son las conversaciones tremendas, dándole vueltas a lo mismo. Es el daño que me hiciste y que no te quiero hacer; pero lo hago. Es la resaca del amor que deja, como las olas hermosas, la playa sucia. La peli es una de esas conversaciones agotadoras, empapadas de dolor, como el papel se empapa del aceite de la fritura. Javier Cámara y Candela Peña mantienen un alto duelo interpretativo, como diría un crítico de diario de provincias. Es  un desgarrado diálogo teatral, llevado al cine. Me pareció un poco vacío, demasiado personal, demasiado femenino,  quizás. Me cansé viéndola.

Para darle un toque "histórico", que le queda artificioso, Coixet sitúa la conversación en una plausible España del 2017: un país arruinado y sumido en la violencia política. El otro día leí en una pared "Bárcenas cárcel o me hago terrorista".

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