Ayer tuve la suerte de poder escuchar a José Luis Sampedro. La excusa era la presentación del libro "La ciencia y la vida" donde Olga Lucas recoge conversaciones entre Sampedro y el gran cardiólo e investigador Valentín Fuster (recientemente Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia).
Dada la avanzada edad de Sampedro, la librería Primado no le dio demasiada difusión al acto e intentó que hubiera poca gente, que fuera más bien una reunión de amigos. Y acertó y fracasó, al mismo tiempo. Fracasó porque, atraídos por la fama de Sampedro, acudimos muchos y no había sitio suficiente; pero acertó porque se logró un ambiente armónico y tranquilo, lleno de complicidades y de luces. Supongo que la veneración que en todos los que estábamos inspira la figura de José Luis hizo mucho. Su voz era la voz cansada y sabia de un hombre de 91 años; pero creo que se me escaparon pocas de las palabras que pronunció.
Habló de la vida ("ese viaje hacia nosotros mismos"), de la muerte, del alma ("nos hacen creer que somos un jinete sobre un caballo y que en la muerte, solo perece el caballo; pero eso es falso, somos centauros",de nuestra sociedad enferma "las calles son como arterias colapsadas de colesterol" y de la educación como el único camino que en la actualidad queda para la transformación de esa sociedad. El autor de "Los mongoles en Bagdad" habló de lo colectivo, refiriéndose a su novela "La senda del drago". Explicó que el drago (que es una planta canaria enorme y fuerte que puede vivir durante siglos) se forma inicialmente por la unión de unas briznas de hierba.
Es decir, poesía, mucha poesía. Me hubiera gustado contarle a Sampedro lo que significó en mi vida "La sonrisa etrusca". Seguro que tenemos muchos años por delante para hacerlo.
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