Lo compré en la feria del
libro, animado por las buenas críticas. Y para que luego digan de los críticos
y otras clases de mercenarios… me he encontrado con un libro excelente, que he
devorado con gusto y asombro. Si Chirbes no hubiera escrito esto, alguien
tendría que hacerlo. Porque lo que está ocurriendo necesita adjetivos,
adverbios, metáforas que nos ayuden a entenderlo y a entendernos a nosotros mismos
y a nuestras miserias. Mi buen compañero Félix me decía el otro día que
últimamente sólo leía ensayos. Yo le comentaba que, para entender de verdad un
tiempo o un país, se necesita algo más que un ensayo, se necesitan historias,
mitos, caricaturas, es decir, se necesitan novelas. Novelas como “En la orilla”.
Pero esta obra no surge de la
nada. Miguel, en la librería, me contó que Chirbes (Tabernes de Valldigna,
1949) ha ido puliendo progresivamente su estilo, hasta que ha logrado engarzar
lo colectivo con lo personal con seguridad y potencia. Y que su novela anterior,
“Crematorio”, que reflejaba la especulación inmobiliaria, ya fue un éxito tremendo.
“En la orilla” no es una
novela redonda (demasiados temas por cerrar). Y se quedará en una obra coyuntural, pasajera
(es lo que tiene ser “la novela de la crisis”); pero cuando la leía iba
encontrando que mis pensamientos y mis rabias y nuestro fracaso personal y
colectivo adoptaban de manera concreta nombres, formas, paisajes, lugares.
El lugar es algún sitio de la
costa valenciana, donde se junta el pantano de Olba con las playas de un pueblo imaginario llamado Misent, . El
Olba de la novela no es, obviamente, el Olba del sur de Aragón. El paisaje son
los cañaverales, el lodo, el agua pantanosa, donde todo se pudre, imagen tremenda
de nuestro sistema caducado y fallido. La forma es la del monólogo en primera o
tercera persona, rememorando el pasado personal y el pasado colectivo. Monólogos
atormentados y lúcidos, que retratan, desde la soledad individual, las penas
comunes. Las de los valencianos, las de los perdedores y los vencedores del
39, cuyos herederos mantienen la hegemonía; pero también las de los recién llegados
desde Ecuador o Rumanía, que vinieron a producir plusvalías y al particular
sueño español, que acabó en pesadilla. El
nombre es Esteban, de unos 70 años. Ha visto el auge y caída de una generación
de nuevos ricos horteras e inmorales, el auge y caída de gente como él. Rememora su vida. Como la de todos los
hombres, con su inmundicia y sus cobardías. Desde las vísceras. Esteban ha tenido que cerrar su
carpintería, después de haber crecido con el boom, ahora limpia el culo a su padre
nonagenario, sale a cazar por el pantano y acaricia la vieja escopeta, mientras
se pierde en pensamientos oscuros.
Comentarios
http://www.levante-emv.com/opinion/2013/05/14/dices-basta/997689.html
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