Durante las últimas noches, he tenido en la mesilla "El signo de los cuatro", de una colección de novela negra que vendió "El país".
"The sign of four" fue uno de los primeros relatos en los que apareció Sherlock Holmes. Después, el personaje creció y creció y casi se convirtió en real, arrebatándole la fama a Doyle.
Siempre he sentido un asombro agradable y tranquilo con las descripiciones parsimoniosas del doctor Watson. Me causó mucho placer situar bien una parte de la aventura que transcurre en el Támesis: recordaba los puentes de Vauxhall, Westminster, el Tower Bridge. Ahí transcurre una emocionante persecución que poco tiene que envidiar a las que adornan las pelis yanquis. Nihil novum sub solem.
Las aventuras del célebre detective de Baker Street no dejan indiferente a nadie. De alguna manera, han trascendido lo literario y han pasado a formar parte de la cultura popular, como los cuentos clásicos. Y como los cuentos clásicos tiene mucho de terrible o al menos, de incorrecto, por muy familiar que nos resulte. Yo sabía que como buen ciclotímico aquejado del "mal du siècle", Holmes era adicto a la morfina; pero en "El signo de los cuatro" he descubierto que tampoco le hacía ascos a la cocaína. Eso le causa mucha pena a su amiguito Watson, oficialmente su compañero de alojamiento. Tampoco tienen desperdicio las referencias a razas distintas de la blanca. Por supuesto, se considera "raza blanca" a los ingleses. Por favor, no confundir con los franceses o los irlandeses. De un indígena que aparece en este caso dice Watson: " Aquel hombre salvaje y deforme estaba envuelto en una especie de capote o manta negra que sólo dejaba su cara al descubierto; pero esa cara bastaba para quitarle a cualquiera el sueño por una noche. Jamás he visto facciones que tuvieran tan profundamente impresa la marca de toda la bestialidad y toda la crueldad". ¿Cómo se sentiría el doctor en el multiétnico Londres actual? No se me escapa que estoy juzgando un texto de finales del XIX con criterios del XXI; pero todo tiene un sentido. La economía va de la mano de la ideología. La aventura gira alrededor de un tesoro que ingleses empleados del Imperio robaron en la India. Por supuesto, los lectores de Doyle no tenían ninguna necesidad de preguntarse sobre lo lícito del asunto: no es pecado robar a los que han sido creados como inferiores. God save the queen.
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